Cuando las noches de octubre se alargan y las primeras brisas del cambio de estación recorren las calles de Cúcuta, algo ancestral despierta en el imaginario colectivo.
Es el mes donde la línea entre lo visible y lo invisible parece difuminarse, donde las calabazas adornan oficinas y hogares, y donde los cementerios se convierten en escenarios de historias que oscilan entre la fe, el miedo y la tradición.
Pero, ¿qué hay realmente detrás de estas celebraciones? ¿Qué misterios guardan nuestros cementerios? ¿Y cómo llegaron estas prácticas a arraigarse en nuestra cultura nortesantandereana?
La palabra Halloween procede de “All Hallow Eve” lo que se conoce como ‘víspera de Todos los Santos’, y sus raíces se hunden profundamente en festividades celtas como el Samhain, que celebraba el fin de la cosecha y marcaba el momento en que los mundos de vivos y muertos se encontraban.
“No es una tradición colombiana, ni siquiera latinoamericana. Es una importación cultural anglosajona, norteamericana”, explica Silvano Pabón Villamizar, historiador de la Universidad Industrial de Santander y miembro de la Academia Colombiana de Historia. “Aquí ni siquiera hay calabazas, hay ahuyamas. Y toda esa decoración, sinceramente, es kitsch, estética de mal gusto”.
A pesar de su origen foráneo, Halloween llegó a Colombia a finales del siglo XIX y principios del XX, traída por extranjeros que arribaban a puertos como Cúcuta y Barranquilla.
El misterio
Mientras la ciudad se prepara para celebrar, hay quienes conocen octubre desde una perspectiva muy diferente. En los cementerios de Cúcuta y sus alrededores, los sepultureros y vigilantes han sido testigos de fenómenos que desafían toda explicación racional. Con 37 años de experiencia cuidando tumbas, Israel Miranda ha visto cosas que muchos preferirían ignorar.
“En medio de la oscuridad, debido a la poca iluminación, encontré muñecos enterrados, llenos de alfileres, con fotos de personas. Los procedía a botar y quemar, entendiendo que eran objetos que dejaba la gente para hacerle mal a otros”, relata.
Pero lo que más le impactó fue la aparición recurrente de un hombre con túnica negra que ingresaba al cementerio y se adentraba en lo profundo del camposanto.
“Levantaba sus brazos hablando hacia el cielo, simulando oraciones. Eso ponía tenso el lugar y a quienes podían percibir su presencia”. Libardo trabajó 40 años en un cementerio, desde 1983 hasta 2023. Su testimonio revela una dimensión más compleja.
En una ocasión, a pleno mediodía, descubrieron a una pareja que había hecho un hueco en una tumba y enterrado “un muñeco con un nombre, con unos alfileres y un poco de cosas”.
Al investigar, descubrieron que el nombre pertenecía a un director de Fiscalías de Norte de Santander.
“Eso llegó allá y pasó ahí. Nos dieron las gracias por haber hecho eso”. “Un domingo encontramos una bolsa con una gallina con un poco de limones y alfileres. Era una gallina como un sacrificio”, cuenta Libardo. “Esos son tipos de trabajos de brujería”.
El aparecido de la tumba
Pero no todo lo inexplicable proviene de prácticas humanas. Libardo recuerda la historia que le contó un vigilante: “Iban a ser las 11:00 de la noche y él se fue a la ronda. Vio una viejita por ahí en la tumba, estaba rezando.
Le dijo: ‘Señora, por qué no sale, el cementerio se cerró’. Ella le respondió: ‘No, yo no voy a salir todavía, yo me quedo aquí’”.
El vigilante insistió, pero cuando regresó minutos después para sacarla, la mujer había desaparecido. “Él nos contaba que no sentía miedo, sino que se le hizo raro porque dio como cuatro pasos, cuando volteó a mirar ya no la vio”.

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Para Libardo trabajar en el cementerio fue también un proceso de manejo del miedo con experiencias como el de una joven repatriada de Alemania, envuelta en plástico negro, que lo persiguió en su imaginación durante dos meses.
“Me parecía ver el bulto ahí, hasta en el día cuando me acordaba quedaba frenado”. Otro instante inquietante fue el de una medianoche mientras preparaban chocolate con un compañero.
“Vimos a uno que pasó por el portón. Dejamos la olla y corrimos a ver quién era. Salimos y no había nadie. Ese día sí nos dio miedo porque lo vimos claramente que pasó ahí”. Ambos trabajadores recuerdan peticiones perturbadoras: “La gente llegaba a pedirle favores: ‘Consígame un hueso, consígame unas muelas’. Eso le pasa a uno a veces”.
Solicitudes que revelan la persistencia de creencias en rituales que requieren elementos de tumbas específicas.
La respuesta de las iglesias
Mientras las calles se llenan de disfraces y calabazas el 31 de octubre, la comunidad cristiana evangélica celebran el Día de la Biblia, que tradicionalmente se lleva a cabo el último viernes de este mes.
En contraste con el Halloween, los fieles se reúnen en los templos para honrar la palabra de Dios, alejándose conscientemente de una festividad que consideran contraria a sus valores. Israel Misse, pastor de la iglesia Cristiana Bajo la Unción del Espíritu Santo, explica que la Biblia no habla de la celebración del Halloween, que es rechazada por sus orígenes paganos.
“La Biblia prohíbe prácticas como la adivinación, la hechicería y la consulta a los muertos”, señala Misse, citando Deuteronomio 18:10-12.
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“Estas se relacionan con las creencias originales del festival celta de Samhain, del que proviene Halloween”. Así mismo, según Diego Eduardo Fonseca Pineda, sacerdote y director de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta, para la Iglesia católica esta celebración moderna contradice las enseñanzas bíblicas sobre la luz y la oscuridad.
“El enfoque de Halloween en la muerte y el mundo de las tinieblas es visto como opuesto a la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza que él ofrece”, precisa.
Leyendas propias
Con ocasión de este día, bueno es recordar que Norte de Santander es rico en tradición oral, en leyendas, en mitos urbanos y rurales.
Tenemos la leyenda de Antón García, de la cacica Zulima, del cacique Cínera, del fantasma sin cabeza en Arboledas, entre otras.
Una de las historias más fascinantes es la del “paso de la luz”, que aterrorizó a generaciones, recuerda Pabón. “Una luz aparecía en los campos, asustaba a las personas, las tiraba del caballo, las amarraba con cuerdas ficticias. Solo podían liberarse si rezaban una oración”.
La explicación resultó ser científica. “Era un sitio de enterramiento indígena. Los huesos en descomposición liberan flúor, que al entrar en contacto con el oxígeno produce luminosidad”. Fue Un fenómeno natural convertido en leyenda que sembró terror durante décadas. Pabón también rescata leyendas más oscuras de la región, como aquella de las brujas de Silos, en 1746.
Tres mujeres abuela, madre e hija fueron acusadas de hechicería, ahorcadas y quemadas en la plaza pública.
“Eran herbolarias que conocían la medicina natural. Envenenaron un ganado con barbasco para defenderse del acoso de un terrateniente. Sus propias autoridades étnicas las mataron”, relata con pesar. Pero destaca a través de estos ejemplos que todo mito o leyenda está inspirado en un hecho real.
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‘Puente entre dimensiones’: conversación con una medium
En medio de los misterios de la vida y la muerte, hay quienes aseguran ‘poder comunicarse’ con aquellos que han partido. Raquel Sáez, medium profesional, ha dedicado su vida a ser lo que ella misma describe como “un puente entre dimensiones”, mediante mediumnidad de incorporación. Para ella esa conexión comenzó a los siete años, cuando su familia se mudó de casa.
“Las primeras noches noté un aire muy frío entrar a mi habitación. Notaba perfectamente cómo alguien estaba entrando”, recuerda Raquel con una calma que contrasta con la intensidad de lo que describe. “Noté como el peso de que alguien se sentaba en los pies de mi cama. Abrí los ojos y vi a una señora sentada, de unos 60 o 70 años”. Durante años, aquella presencia a la que Raquel llama cariñosamente “la Encarni” la acompañó noche tras noche.
“La radio se encendía a las 2 o 3 de la mañana. Un día, un limpiacristales que estaba en medio de una mesa de cristal voló delante de todos. Pero lo más fuerte fue cuando me rasgó un libro que estaba leyendo”.
Lejos de los estereotipos de las películas de terror, Raquel explica que aquella señora no era una amenaza: “Ella necesitaba ayuda. No se había dado cuenta de que estaba fallecida y era su casa, por lo tanto nosotros estábamos ocupando su hogar”.
Una tía suya, también medium, confirmó años después lo que la niña había estado viviendo, “era una señora que había fallecido allí, en su propia finca, y se quedó enfadada porque sus hijos no se llevaban bien. Murió enfadada y se quedó enfadada”. Para Raquel, lo que se conoce como la “muerte” es simplemente una transición.
“Lo extraño es que yo ahora sea humana. Esto es un disfraz absolutamente, un abrigo que me coloco. Aquí somos los muertos, somos nosotros”, afirma con una convicción que desarma cualquier escepticismo fácil.
Su visión coincide con lo que el historiador Silvano Pabón describía sobre las tres muertes: “Cuando alguien fallece, hay una revisión de vida. No solo vas a ver tu vida como espectador, sino que vas a sentir el daño que provocaste en otros. Vas a vivir en ti el dolor que causaste”.
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