"Son mis compañeras”, dice Karol mientras acaricia un cuadro con la fotografía de sus prótesis que hay en su habitación y se sonríe. No le cuesta nada.
Desde el momento en que se abre la puerta de su apartamento, en un conjunto residencial de Pamplona, deja en evidencia que no era fingida la seguridad que transmitía, dos días antes, al otro lado del teléfono, para acceder a esta entrevista.
Tienes unos enormes ojos negros y una sonrisa infantil que no deja de mostrar durante todo el tiempo. Su mirada, además, se reviste de un brillo muy especial. No la oculta, ni en los valles más profundos de una conversación de casi dos horas, en la que ella misma descubre que hay preguntas que, todavía, no tienen respuestas.
Karol Martínez Cuéllar de 24 años recuerda como si fuera ayer, ese lunes 25 de abril de 2022 cuando terminó bajo las llantas de una tractomula en la calle 4 con carrera 8 de Pamplona.
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Con valentía toma su celular para mostrar una fotografía de la escena del accidente que describe con mucha claridad y resulta inevitable que en el relato, cualquiera ponga en duda su propia gallardía. “Así quedó la moto y yo termine ahí debajo”, relata muy serena.
Karol es una mujer muy segura. Hace que la conversación fluya y describe sin perturbaciones cómo mientras esperaba que llegarán los paramédicos para sacar su cuerpo ensangrentado del asfalto, el único pensamiento que la embargaba era el de su madre, Blanca Cuellar.
No pensaba en morirse, no sentía dolor, ni siquiera podía medir el impacto de lo que estaba ocurriendo. “Estuve 20 minutos ahí tirada. Solo veía las luces de las cámaras porque había muchas personas grabando y tomándome fotos. Yo, como podía, me cubría con los brazos y me tapaba la cara”, comenta.
Omar, entrenador del gimnasio donde asistía, era quien conducía la motocicleta en la que tuvo el accidente. Cuando terminó de entrenar, le ofreció darle la ‘cola’ a su casa porque él iba donde su madre. Lo que ocurrió después, solo sería historia. “A él no le pasó nada, pero en ese momento de verme él estaba como en shock”, dice.
Trasladada de urgencia
Cuando llegaron los paramédicos, Karol fue traslada hasta el Hospital San Juan de Dios de Pamplona. De allí, a toda prisa, la subieron a una ambulancia rumbo a Cúcuta. Con ella viajaba una estudiante y compañera del apartamento donde vivía en Pamplona. En el municipio, no tenía a nadie más cercano que ella.
Ya en el Hospital Universitario Erasmo Meoz la recibió el equipo de médicos especialistas, entre ellos un ortopedista y un anestesiólogo que tras una evaluación general, pusieron en sus manos, un acta donde con su firma, debía consentir la amputación de sus dos piernas, puesto que ya era inevitable.
“Él doctor me mostró un papel y me dijo, este es el consentimiento de que podemos quitar más de la…(interrumpe) y yo le dije: ‘ay ya doctor, yo ya sé que pierdo las piernas. Deme y le firmo eso rápido’. Ya de ahí no supe más hasta que desperté de coma”, dice.
El jueves 28 de abril, cuando despertó, estaba en UCI y no tenía sus piernas. No sabía dónde estaba, ni que día era.
A su lado permanecía el personal médico y una psicóloga que tenía la tarea de prepararla para “el duelo”, como ella lo llama con tanta credibilidad y resulta evidente que la doctora, hizo su trabajo.
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“Todo el mundo estuvo muy sorprendido. Nadie creía que yo haya superado todo tan rápido. La psicóloga que me acompañó en todo este proceso, me decía, no Karol, antes usted me enseñó a mí”, dice la joven ingeniera con una sonrisa sublime y tierna.
Karol tenía 23 años para el momento del accidente. Vivía arrendada con dos estudiantes, hermanas, en Pamplona y estaba haciendo sus prácticas para graduarse como Ingeniera Civil.
Cerré la puerta
Cuando Karol Martínez relata que su vida cambió, no solo se refiere a su condición y la forma en que ahora afronta la vida. La gente que le dice que tiene un brillo que antes no reflejaba y la ven como una mujer inquebrantable, desconocen todo lo que sucedió para llegar a eso. Fue una batalla que libró, de puertas para adentro.
“El día que me pasaron a piso yo cerré la puerta de esa habitación y no permití que nadie que no fuera mi familia pasara, porque este era un proceso mío. No quise hablar con nadie. Tenía que superarlo yo y encontrarme conmigo misma para lograrlo “, recuerda.
A puerta cerrada, sanó sus heridas emocionales, se peleó con Dios, pero en sus reproches también lo descubrió. “Muchas veces le pregunté por qué de tantas personas, me había tocado a mí si yo era una persona buena”, cuenta.
Asegura que esa respuesta la encontró al aceptar que si Dios permitió, fue porque detrás había un plan maravilloso.
De vuelta
Siete meses estuvieron cerradas sus puertas emocionales, las que, en un acto de amor propio, cerró el mismo día que pidió no recibir visitas.
En ese tiempo, se hizo el acto de grado de Ingeniería Civil en la Universidad de Pamplona al que no asistió, porque no quiso. “Era muy complicado. Yo estaba en Villavicencio. No tenía mis prótesis”, afirma.
Dice que su mayor proeza había sido haberle ganado esta batalla a la vida. Su trofeo, son sus prótesis. Las que la sostienen y deja huellas de ellas en cada rincón, como un monumento a su valentía.
Las tiene enmarcadas en un enorme cuadro en su habitación y se las tatuó en el brazo. “Me lo hice a finales de diciembre. La razón es que soy triunfadora en esta batalla”, responde.
Karol aprendió a mirar el mundo desde adentro. Ya nada le preocupa como antes. No sabe lo que es estresarse por dificultades minúsculas, como una factura pendiente, cuentas por pagar y todas esas cosas que le quitan el sueño a cualquiera. “Ese tipo de cosas me podían estresar a mí. A la Karol de antes”, dice.
No fue su culpa
El caso de investigación para determinar la responsabilidad por el accidente, por parte del conductor de la tractomula, aún se encuentra en la Fiscalía.
Omar, el conductor de la moto, aunque no tuvo responsabilidad, según Karol, también vivió un duro procesos para superar la culpa, aunque ella hizo lo propio para ayudarlo. “Por mucho tiempo sintió culpa y me pedía perdón, pero nunca pasó por mi mente hacerlo responsable de algo. No fue su culpa y se lo dije”, admite.
Además de estar agradecida con Dios, lo está con su familia, su madre y sus tres hermanos que la acompañaron en este camino y nunca dudaron en brindarle su amor.
También lo está con cada una de las personas, amigos, conocidos y otros no tanto, que contribuyeron con sus oraciones por su pronta recuperación y con las jornadas de solidaridad que se hicieron para recoger fondos para su tratamiento y sus prótesis que adquirió con la compañía alemana Ottobock Helathcare Andina, la misma que donó las de la exseñorita Colombia, Daniela Álvarez.
Desde enero pasado, Karol volvió a Pamplona para hacer las paces con sus memorias. Trabaja en la Constructora Pérez, la misma donde hizo sus prácticas. Vive sola en un apartamento, va cada día a la empresa y a veces sale a comer con sus amigos. Ya compró por internet, un scooter para personas con movilidad reducida, pero todavía no le llega.
Era, y es, una joven muy sociable, decidida y audaz.
Tiene una vida normal, pero distinta a la mayoría. Entiende que todavía a la humanidad le queda mucho por aprender acerca de las personas con discapacidad, lo que ella no ve como una dificultad, sino como una manera de vivir diferente y Karol, eligió vivir.
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