Consuelo Arcila González
Una religiosa que inició en la comunidad Salesiana refleja en (2010) los 41 años que lleva viviendo en Cúcuta una obra de amor por la vida, donde la voluntad de servir y trabajar por el prójimo fue el estandarte que la hizo sobresalir para convertirse en la Mujer Cafam de Norte de Santander.
La bendición del papa Juan Pablo II fue la iniciativa para fundar la Comunidad Misioneras de la Nueva Vida con la firme convicción de anunciar el Reino de Dios, una misión que se consolida en Cúcuta, Chinácota y Gramalote con seis religiosas y ocho jóvenes novicias.
Su tiempo pasa entre cursillos de formación matrimonial, turismo interior, terapias del perdón y programas para madres solteras en diferentes barrios de la ciudad.
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Cada tarde se conecta con la emisora Vox Dei con la dirección del programa “Dios con nosotros” con temas que permiten orientar y superar estados de depresión y perdidas familiares.
Jenny Fernanda Hernández Méndez
En ese entonces, subteniente de la Policía Metropolitana de Cúcuta. Una de las 26 nominadas al Premio Mujer Cafam 2012. Su trabajo con la población más vulnerable de Norte de Santander la llevó a poner su nombre al lado de otras mujeres que trabajan por la construcción de una mejor sociedad.
En las actividades lúdicas vio una oportunidad para llegar a los niños y lograr su atención en ética, valores y cultura ciudadana. Con 40 jóvenes de pedagogía infantil recorre los diferentes municipios demostrando que se puede educar con metodologías de mayor recordación.
La gran maquinaria que construyó para desarrollar los proyectos sociales le ha podido fortalecer también el valor de la familia. Ahora, los niños, jóvenes y adultos trabajan en torno al conocimiento que reciben desde el colegio y las universidades.
Ligia Gutiérrez de Celis (q.e.p.d)
En su casa de Medellín tomó la decisión de abrir las puertas del garaje para atender a pacientes con cáncer. Ese mismo día, su padre Joaquín Gutiérrez murió agobiado por esa enfermedad en Medellín.
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A su regreso a Cúcuta, Ligia Gutiérrez López le dijo a su esposo Carlos Celis Carrillo que la secundara en la idea y empezaron hacer las primeras consultas. Los pacientes se fueron multiplicando y se volvió incómodo el pequeño lugar.
Entonces se mudó del barrio Lleras y convocó a las esposas de los médicos para que la ayudaran en esta causa con rifas, bingos, para recaudar fondos.
La primera que asumió el compromiso fue Myriam de Guzmán, quien presidió el voluntariado por 20 años. Pero fue el 31 de julio de 1970 que se constituyó de manera legal la Liga contra el cáncer. Compró la casa de bahareque de la calle 12, frente al parque Colón, por $90 mil, y formalizó la prestación de servicios oncológicos.
Sin embargo, el médico Mario Gaitán Yanguas le advirtió que en esa sede no podía ir más de todo lo referente a prevención de la enfermedad y la única manera de cristalizar una ayuda a los pacientes que abarcara, además de exámenes, tratamientos y cirugías era creando una fundación.
En abril de 1980 empezó la construcción de la sede, contigua al Hospital Erasmo Meoz, que el 6 de julio de 1984, tomó el nombre de su fundador Gaitán Yanguas. Inició con nueve personas, entre administrativo, médico y paramédico. En el 2002 se abrió el servicio de urgencias y salas de parto. La estructura, que “tiene más amor que cemento” quedó pequeña ante la avalancha de pacientes y en el 2007 se inició la construcción de otro edificio que está funcionando.
Ana Helena Vega de Camargo
.La fundación La Esperanza empezó en una casa alquilada y una radiotón en la que recogían un peso por persona. Iniciaron con 12 menores y hoy, 47 años después (2014), la entidad albergaba más de 130 niños con discapacidades cognitivas. Aunque la obra nació con el nombre de Instituto del Niño Retardado Mental, tuvo que ser cambiado porque el bus que trasportaba a los niños de sus casas al instituto era apedreado.
“Mucha gente no entendía que pasaba con estos niños y los trataban de bobos. Cambiamos el nombre por Instituto La Esperanza, porque eso son ellos, nuestra esperanza”, explicó. “Teresita Lara, la primera de ponerse al frente, se me fue pero me dejó 300 hijos”, dijo, en esa ocasión, con voz entrecortada mientras caminaba por los salones del instituto que se ha extendido.
Tania Agudelo Sedano
Las mujeres en condición de vulnerabilidad mueven la vida de Tania Agudelo Sedano, una cucuteña que se esmera a diario por ayudar a estas víctimas del conflicto armado y político del país. Desde niña, se ha preocupado por el bienestar de los demás y aunque su interés no se basa en el reconocimiento, esta mujer de 42 años, cree que dando una mano a las mujeres necesitadas, les va a abrir un mundo de oportunidades para seguir adelante.
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Esta nortesantandereana, finalista en los premios a la Mujer Cafam 2015, ha dedicado más de la mitad de su vida a trabajar con mujeres de diferentes edades para que, a través de talleres creativos de teatro, pintura y títeres aprendan valores, conozcan sus derechos y cómo deben hacerlos respetar. Además, capacita actualmente a 35 comunidades en la lucha contra el maltrato infantil y la prevención del uso de pólvora.
“Llevo como 25 años trabajando con niñas, jóvenes y adolescentes, a las que les han quebrantado sus derechos, quiero que tengan una mejor perspectiva de la vida”, dijo Agudelo. Su labor se ha enfatizado en barrios de Atalaya y Belén, en Cúcuta, pero esto no la aleja de ayudar a los demás, está dispuesta a trabajar con mujeres sin importar el lugar donde vivan.
Para ella, es indispensable el contacto con el género femenino, cuando llega a un barrio. “El primer vínculo lo hago con las mujeres y la Junta de Acción Comunal (JAC), con los que trabajamos en la recolección de material reciclable, y lo usamos para hacer títeres y teatro, con una finalidad, que aprendan valores y hagan respetar sus derechos”.
María Cristina Vargas Mendoza
Su misión, desde que llegó a Cúcuta desplazada por la violencia, fue ayudar a las mujeres que la rodean. En Bucaramanga vendía perros calientes en las calles y desde ese escenario aprendió a luchar y a atreverse a ser líder.
Considera que su tarea no ha sido fácil, pero aquí se las ingenió para unirlas por medio de la asociación ‘Mujeres camino de paz’. María Cristina Vargas Mendoza, guardó silencio y se le aguaron los ojos cuando se le preguntó por su caso específico de violencia. Solo alcanzó a decir que le tocó huir y vivir, al comienzo en Bogotá y desde el 2007 se refugió en la Ciudadela Atalaya. Hace dos años el Gobierno Nacional la favoreció con el programa de 100 viviendas gratis en Ciudad Rodeo.
En esos 42 metros cuadrados, que considera un palacio, convive con un hijo, la ahijada y dos parientes más. En los dos quioscos empezó a convocar a las mujeres, con edades desde los 15 hasta los 75 años, y les habló de la importancia de conocerse, de aprender a convivir en el estrecho espacio, en buscar un mejor futuro, en aprender actividades, en capacitarse. En fin, poco a poco, ha logrado el objetivo. Y hoy las mantiene ocupadas en confecciones, marroquinería, bisutería, preparando productos lácteos y en el programa de limpieza de parques de Cúcuta.
En Ciudad Rodeo se concentran 185 mujeres que habitan en las 17 torres de cinco pisos y en San Fernando del Rodeo, otras 80, que han visto en María Cristina Vargas Mendoza, no solo la líder de la comunidad sino la aguerrida mujer conciliadora con sus vecinos para que se aparten de la droga y rectifiquen sus destinos.
Martha Lucía Mora Cárdenas
Representar a Norte de Santander en el Premio Mujer Cafam 2018, por adelantar una ardua labor con la fundación Artes Empíricas, que nació para albergar a niños y jóvenes que en su tiempo libre disfrutan del arte para construir un imaginario de vida.
Ella fue una de las 23 nominadas para obtener este reconocimiento nacional, que quedó en manos de la cordobesa Jenny de la Torre.
El Premio Mujer Cafam le otorgó a Marta Lucía Cárdenas Mora la mención de honor, porque durante más de 15 años ha sido voz y apoyo de víctimas del conflicto armado a través de la poesía y la literatura.
Mora Cárdenas es madre de dos hijos, y con su trabajo beneficia en promedio a 70 familias.
Marleny Mafla de Ararat
Laboró en la Universidad Francisco de Paula Santander de donde salió pensionada después de ser catedrática de química durante 24 años. De la mano de Esthercita de Colmenares llegó al Club de Jardinería, donde también fue presidenta, y hoy miembro activa. Visitaron juntas las cárceles bajo el programa ‘Patronato’ . Después de la muerte de su esposo se vinculó a Viviendas y Valores de donde es gerente de la inmobiliaria desde hace 28 años.
Colaboró, por medio de la Fundación Cerámica Italia, para la recuperación del Teatro Zulima. Esa idea surgió porque sus nietas no tenían dónde bailar ballet. Y abanderó esa tarea. Esa reliquia, ese bien, permanece vivo, con programas para atraer a la gente como ‘Los Miércoles de Cultura’, una puerta abierta para los artistas en todos los ámbitos.
También unos amigos la invitaron a presidir la junta directiva de otra fundación: Empresarios por la Educación (ExE), que es una alianza empresarial que actúa como red de conocimiento independiente. Se promueven espacios de debate, diálogo y formación con actores clave del sector. “Estamos repensando la educación desde escolar hasta bachillerato. Queremos que los rectores sean líderes transformadores a través del programa. Un total de 35 rectores de colegios de Cúcuta ha participado y ha sido exitoso.
Marleny de Ararat se involucró con el Costurero Litúrgico. Es la que anima a reunirse cada quince días a pintar, bordar, tejer, coser todo lo que las iglesias necesitan para oficiar misa. “Y le regalamos a las parroquias más necesitadas”.
Con agenda flexible considera que su agenda es bien complicada, pero flexible. Es decir, busca el espacio para compartir, para escuchar a quien la invita a un café, porque cree que la comunicación con la gente la enriquece y se ufana de tener toda la capacidad para escuchar. Viajar también le place. En cambio no le atrae el cine, “cero televisión” y con la tecnología está en proceso de adaptación. Pero lo que le hace brillar el rostro es ser abuela.
Alva Luz Trigos Gómez
Surgió de las entrañas del Catatumbo para instar a las mujeres a sobreponerse, como lo hizo ella después de perder a su hijo mayor. Estudió Administración de Empresas en la Universidad Francisco de Paula Santander, extensión Ocaña, y se especializó en Derechos Humanos para convertirse en docente de las Unidades Tecnológicas de Santander y crear la cátedra de paz. Se considera una mamá resiliente, víctima del conflicto que ha sufrido la violencia de género.
Es también la coordinadora departamental de la campaña colombiana contra las minas antipersonales. Pero cuando fue directora ejecutiva de la Asociación de Personeros del Catatumbo, 2018-2019, creó el Observatorio de Paz y Derechos Humanos de la región y detectó que los seis municipios más cercanos a Ocaña, “había unos hechos que generalizaban unas conductas de amenazas a lideresas sociales y presidentas de juntas de acción comunal y propuse crear una red de autoprotección para empezar a trabajar para mitigar la violencia, basada en géneros.
Y surge una hermandad con 25 mujeres provenientes de El Carmen, Convención, Teorama, La Playa de Belén y Ábrego. Empezamos trabajar y a formarnos en prevención de violencia, pero también a difundir en las comunidades las rutas de atención para orientarlas en lo psicosocial y jurídico a mujeres que han pasado por estos fenómenos de violencia en el marco del conflicto armado”. La Red de Mujeres Comunitarias se extendió a los once municipios del Catatumbo.
Luz Andrea Antolínez Pinzón
Abogada y sobreviviente de cáncer de mama. En el 2021 crea la Fundación Dimensión Rosa para resolver las inquietudes de sus compañeras de quimioterapia. La Fundación ofrece acompañamiento psicológico, asesoría jurídica, maquillaje oncológico, herencia de turbantes, donación de pelucas, banco de medicamentos, actividades lúdicas, deportivas y de esparcimiento, entre otras iniciativas, que en poco más de tres años de funcionamiento han beneficiado a más de 300 mujeres.
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