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El Catatumbo también se convierte en tierra de piscicultores
Surge una alternativa para los campesinos en la vereda Motilandia de El Tarra.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Domingo, 28 de Marzo de 2021

El pasaje bíblico de la multiplicación de los panes y peces descrito por los evangelistas como uno de los milagros de Jesús, para connotar la seguridad alimentaria de la humanidad, se cumple al pie de la letra en la vereda Motilandia de El Tarra, enclavada en la convulsionada zona del Catatumbo.

Un puñado de campesinos utilizando la sabiduría popular y aprovechando el abundante recurso hídrico emprendió la construcción de estanques con el propósito de criar cachamas, mojarras y bocachicos para mejorar la nutrición en el interior de los hogares.

En los espejos de agua al borde del valle de El Tarra se reflejan las buenas intenciones de Víctor Julio Guerrero, pionero de la idea de criar alevinos para aclimatar la convivencia pacífica de los pueblos. Habitantes del caserío siguieron los consejos y comenzaron a transformar las parcelas hacia ese renglón de la economía. Nunca imaginaron que sería la piedra angular de la naciente industria como mecanismo de redención a los conflictos sociales de la región.

La Asociación de Piscicultores de El Tarra, Asopistar, agrupa a 100 familias campesinas dedicadas a la siembra, procesamiento y comercialización de pescado en la provincia de Ocaña y zona del Catatumbo. “Ha sido un paso trascendental y el objetivo es conquistar mercados regionales, nacionales e incluso internacionales”, afirma el presidente Prudencio Claro.

Transformación social 

La Asociación cuenta con cien familias en donde todos ponen su granito de arena para el progreso y desarrollo de la región. / Foto: Cortesía

El labriego Jesús Aníbal Solano lleva 10 años trabajando en la Asociación e indica que no existe punto de comparación de las ventajas que trae la piscicultura a los campesinos de la zona.

“Raspar coca es muy duro y los cultivos ilícitos no han traído nada bueno a la región. Es una bendición gozar con ese privilegio de trabajar con la piscicultura. Logré la transformación de la finca, se acabó la zozobra y la angustia haciendo ahora algo legal”, agregó.

Existen varios labriegos que se acogieron al cambio, dejaron de cultivar la mata de coca y hoy viven de la venta del pescado para mantener a sus familias. Además, no hay necesidad de tumbar los bosques.

“Ahora todos estamos apuntando hacia ese renglón de la economía, haciendo el capital semilla y estrechando los lazos de comercialización en los supermercados de Cúcuta.   Vale la pena una mirada hacia el Catatumbo, invertir en proyectos alternativos especialmente en la cría de peces para la seguridad alimentaria”, reiteró.

Gabriel Ángel Lemus lleva 16 años cultivando peces e indica que prefiere mil veces dedicarse a ese oficio que estar con la incertidumbre de los negocios ilícitos de la zona. 

“Es una alternativa y no se sufre la persecución de las autoridades. Cuando usted lleva unos kilos de mojarra o cachama no tiene problema alguno y los vende con tranquilidad. Es un producto de calidad y fresco que va del estaque al sartén sin contratiempo para alimentar a la población y las esperanzas de un pueblo”, agregó.

Víctor Manuel Guerrero Solano recuerda que su padre Julio Guerrero llegó muy contento del municipio de El Zulia con la idea. A pico y pala conjuntamente con los cuñados construyó un pozo donde echó 280 alevinos que se han venido multiplicando en los últimos años.

“Se vive una verdadera hermandad y todos aportan para ayudar a las personas desplazadas por la violencia y que han sentido en carne propia los efectos de los cultivos ilícitos. Aquí todos ganamos gracias a la idea de mi padre que tiene 78 años de edad y nosotros seguimos sus pasos”, agregó su hijo.

La génesis 

Los asociados recuerdan que el granito de arena fue puesto por los abuelos de la región en el 2004 quienes observaron experiencias significativas en el municipio de El Zulia y adecuaron las fincas con el propósito de garantizar la seguridad alimentaria de las familias.

Los lugareños comprendieron la importancia del negocio y en el 2006 bajo la asesoría del ingeniero Emiro Cañizares Plata se animaron a conformar la asociación que hoy entrega los frutos con una producción en promedio de 25 toneladas mensuales y para la temporada alta de Semana Santa se sube a unas 30 con el fin de proveer a los hogares en esa región del territorio nacional.

Con su trabajo generan 25 empleos directos en el centro de acopio que cuenta con un cuarto frío, bodega, fábrica de hielo, mesones de acero inoxidable para el procesamiento, planta de energía, motobombas, laboratorios, maquinaria, refrigeradores y vehículo para el transporte hacia los mayoristas.

 Se han suscrito alianzas con el ministerio de Agricultura, Ecopetrol, Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), Departamento de Prosperidad Social, Cooperación Internacional de Colombia Transforma, Cruz Roja, Gobernación del Norte de Santander,  Asociación de Municipios y Alcaldía.

“Hemos venido escalando, con precios estables para una alimentación balanceada, los alevinos los traemos de los Llanos Orientales y el concentrado de Italcol Barranquilla”, precisa Prudencio Claro.

       

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