Las drogas, ese flagelo que no respeta edad, condición social, profesión ni credo religioso, es un camino tortuoso para aquel que se deja atrapar en sus redes y su entorno, sin embargo hay quienes luchan para escapar. Aquí tres historias.
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Edwin Emilio Moncada Osorio, de 43 años, nacido en Cúcuta, siendo niño se fue a vivir a Maracaibo, en Venezuela, donde sus padres se establecieron buscando un futuro mejor para él y sus dos hermanas.
La mamá, natural de Pereira (Risaralda), en Maracaibo logró consolidar un negocio de peluquería, estética y belleza, mientras que el papá, nacido en Envigado (Antioquia), montó un próspero taller de carpintería, con lo que lograron mantener y educarlos y hacerlos profesionales.
A raíz de la migración de mis padres en los años 80, yo llego a los seis años a Venezuela, adquiriendo la nacionalidad venezolana, ya con previos estudios en Colombia, pues estudié en el colegio Manuel Antonio Rueda de Villa del Rosario, lo correspondiente a jardín y primer grado de primaria, según el relato de este colombiano retornado.
En Venezuela vivimos en diferentes partes de una manera inestable, me destaqué siempre por ser buen estudiante al punto que me promovían de grado y por eso me gradué a los 14 años de bachiller, ingresando a los 15 a La Universidad del Zulia (LUZ), a cursar licenciatura en letras.
Yo tenía una vida tranquila con mis padres, en familia y lamentablemente tomé una mala decisión, porque a los 19 años, ya casi terminando mi carrera, consumí alcohol y sustancias ilícitas de manera eventual, entre ellas marihuana, éxtasis, ´perico’ (cocaína), hasta que llegué a la heroína, lo que fue diferente porque el bienestar que sentía mí cuerpo no lo había alcanzado nunca y me quedé enganchado, teniendo graves consecuencias para el desarrollo social, económico, laboral y para la salud misma.
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Confiesa que le faltaron tres cátedras para graduarse, sin embargo tuvo la oportunidad de desempeñarse como profesor de literatura, lenguaje y comunicación, sociedad y universidad, para niveles preuniversitarios, así como dictar talleres de poesía, ser corrector de textos para libros y revistas, escribir poesía y ensayos literarios y sociopolíticos, con una cultura general que le da el ser un ávido lector.
En Venezuela aprovecharon la oportunidad que el país brindaba para estudiar, logrando sus hermanas graduarse en medicina, la menor con especialización en ginecología y obstetricia y la mayor con un doctorado en administración en salud, ocupando en la actualidad un cargo de dirección en el gobierno regional del estado Zulia.
Reitera que él logró estudiar hasta que “se tomaron malas decisiones, porque uno debe aceptar las consecuencias de sus errores para poder surgir, porque si esto no ocurre nunca se va a superar esta difícil situación”.
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En la actualidad Edwin hace parte de las 80 personas que hay de base en el Centro de Atención Integral para Habitantes de Calle, en la calle 1 con avenida 7 y Diagonal Santander frente a la Terminal de Transportes, actualmente regentado por el consorcio RESA, y que hace parte del Departamento Administrativo de Bienestar Social de la Alcaldía de Cúcuta.
Llegó a la institución al recaer en las drogas, después de estar cuatro años “limpio” (sin consumir), cuando retornó a Colombia y decidió ir a Pereira buscando sus raíces, debiendo trabajar como jornalero en fincas cafeteras de Risaralda, quedando expuesto a muchas necesidades y situaciones apremiantes que lo llevaron de vuelta a ese oscuro mundo del consumo de estupefacientes, confiesa.
Tuvo una recaída fuerte al punto de ser habitante de calle por más de un año, hasta que fue recluido en un refugio junto a otras personas debido a la pandemia de la COVID-19, regresando a Cúcuta donde por un breve tiempo dejó de consumir, dejándose nuevamente atrapar por las drogas y volviendo a las calles en un estado crónico.
“Hoy estoy luchando y con voluntad para superar la enfermedad, en un proceso de restauración en este centro, porque más que salvar el cuerpo es salvar el alma. Una experiencia gratificante, diferente a lo que había visto antes, por ser un programa con trabajadores sociales, sicología, siquiatría, teniendo en estos seis meses de estadía aquí el anhelo y la necesidad de volver a comenzar”.
Otras historias, otras vidas
Luis Alfredo Hernández Uscátegui, de 36 años, natural de Mérida (Venezuela), de padres venezolanos, quien se graduó como licenciado en educación básica integral en la Universidad de Los Andes (ULA), además de estudiar diseño gráfico, llegó a Cúcuta con la motivación de conseguir un mejor futuro dada la situación económica difícil en sus país.
Sin embargo las cosas no le funcionaron como las planeó, porque al cruzar el puente internacional La Unión, que une a Táchira con Puerto Santander, las cosas empezaron aponerse mal, llegando a caer en el consumo de drogas hasta llegar a deambular por las calles en la capital de Norte de Santander, tocando fondo en esta azarosa situación.
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“En Venezuela perdí a mi familia, tenía una madre que era paciente oncológica y por prodigarle los cuidados que requería dejé de trabajar como docente en el Ministerio de Educación, perdí todo lo que tenía en bienes por los gastos que demandaba mí mamá. Como requería un tratamiento especial dada mi enfermedad (VIH), viene a Colombia con la esperanza de buscar medicamentos y la atención para mi padecimiento”.
La dinámica en este lado de la frontera le fue adversa porque en un atraco lo despojaron de todas sus pertenencias y el poco dinero que traía, llegando a ser uno más de los hombres y mujeres que tienen al parque Lineal, en el centro de la ciudad, como su lugar de dormitorio, probando diferentes drogas “un poco para soportar el hambre y otro para olvidar la mala racha”.
Con engaños fue llevado a El Zulia donde le prometieron un trabajo, pero en esa localidad de Norte de Santander lo abandonaron, hasta que desde la Alcaldía recibió apoyo y fue cuando lo remitieron la Centro de Atención Integral, donde lleva cerca de seis meses y coordina con Fabio Iván Ramírez Peñaranda, la lavandería de la entidad, integrándose de esa manera a las actividades que allí se desarrollan.
Fabio quien no ha sido consumidor de drogas, a sus 75 años de edad se encuentra en el Centro de Atención por problemas de alcoholismo, condición que lo alejó de su mujer e hijos, agravado con una enfermedad que le va haciendo perder paulatinamente la capacidad para caminar.
Sin embargo sus otros sentidos funcionan muy bien, y con el paso de los días se ha convertido en una especie de papá, consejero y amigo de otras personas que en ese lugar buscan dejar atrás un pasado de drogas y dificultades para mirar nuevamente de frente a la vida.
Este cucuteño, quien vivió siempre en el barrio La Cabrera, trabajó 25 años al servicio de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), bachiller del colegio Salesiano, graduado de dibujo arquitectónico en la Universidad Francisco de Paula Santander (UFPS).
Se destacó como jugador de fútbol al lado de figuras cucuteñas como Germán ‘Burrito´ González, Guillermo ‘Mico’ Santander, quienes integraron en la década de los sesenta el Cúcuta Deportivo. Fabio durante una larga estadía en el estado Trujillo, Venezuela, se vinculó como entrenador al Instituto Nacional de Deportes.
“Me considero un bebedor social, yo nunca le hice daño a nadie, pero cuando estaba en la DIAN todos los días tomaba con otros empleados, y eso me llevó a perder la mujer que tenía, por lo que estoy dejando atrás la bebida para enamorarla nuevamente y volver con ella y con mis hijos”.
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