La esperanza que mantenía en pie a la familia Quiñónes Ropero se desvaneció este sábado a las 9:35 de la mañana, cuando se confirmó la muerte de Ana Alejandra Quiñónes, la joven que permanecía en cuidados intensivos luego de haber sido herida en medio de un enfrentamiento armado entre el Ejército y grupos armados en Tibú, el pasado 14 de febrero.
Su familia, aferrada al milagro de su recuperación tras la pérdida de su hermana Johana, hoy vuelve a sumirse en el luto.
Ana Alejandra tenía dos hijos, de 3 y 5 años, quienes ahora quedan huérfanos y bajo el doloroso recuerdo de una guerra que los tocó sin razón, sin advertencia y sin piedad.
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Todo ocurrió en la vereda Bertrania, zona rural de este municipio del Catatumbo, cuando la confrontación entre tropas militares y miembros de grupos armados ilegales —en medio del conflicto que actualmente sostienen el Eln y la disidencia de las Farc por el control territorial— se trasladó abruptamente hasta las puertas de una casa campesina.
Ese día, Ana Alejandra, Johana y otros familiares se encontraban en la cocina. Al escuchar las primeras ráfagas de disparos, corrieron a protegerse junto a los niños y se tiraron al suelo, abrazados, rogando que todo terminara pronto. Pero las balas atravesaron las paredes de la vivienda. Johana y Ana Alejandra fueron impactadas.
“Mami, me dieron…no siento la pierna”, alcanzó a decir Ana Alejandra, mientras su madre intentaba mantenerla con vida. Ambas fueron trasladadas de urgencia hasta Cúcuta.
Sin embargo, al día siguiente, Johana falleció debido a la gravedad de sus heridas. Desde entonces, la salud de Ana Alejandra era delicada. Permanecía intubada, bajo vigilancia médica constante, pero los daños eran irreversibles.
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La noticia de su fallecimiento ha golpeado con dureza a la familia, que en menos de dos meses perdió a dos hijas y dos hermanas.
El dolor no solo es profundo, sino también agobiante, pues las condiciones económicas son precarias y, como ocurrió con Johana, ahora deben enfrentar nuevos gastos funerarios que los tienen organizando nuevamente colectas solidarias.
Este caso refleja con crudeza el impacto que el conflicto armado sigue teniendo en la vida de los habitantes del Catatumbo.
Las víctimas no son combatientes, sino civiles atrapados entre balas que no distinguen a quién alcanzan. Son familias como la de Ana y Johana, que solo buscaban sobrevivir en una tierra donde la guerra se ha vuelto paisaje cotidiano.
Mientras sus seres queridos claman por justicia y por un mínimo de paz, los cuerpos de ambas hermanas reposarán ahora en el mismo cementerio, como dos nuevas víctimas silenciosas de un conflicto que no da tregua.
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