Desde el inicio de su vida ciudadana, la ciudad de Cúcuta es, tal vez, la población colombiana que se ha enfrentado con la mayor cantidad de momentos críticos. Sea quizás por su ubicación geográfica, que en alguna época se consideró privilegiada como “el cruce de caminos” que llevaba y traía a la gente desde y hacia el interior del continente cuando llegaban de la vieja Europa en busca de fama y fortuna o regresaban a ella, a veces sin ninguna de las dos.
Erigida la parroquia, con el crecimiento llegó la prosperidad y al momento siguiente, en 1875, todo acabó y renaciendo de sus escombros con tesón y casi con terquedad, hasta el próximo evento calamitoso que con el tiempo aparecía cada vez más frecuentemente. Este ha sido el devenir con el que ha vivido la ciudad y a la que nos hemos ido acostumbrando.
Hablar de ocasos, cesaciones o desapariciones para luego emprender el camino de regreso, es una tradición que no ha concluido y que cada día arrancamos con mayor entusiasmo, sus pobladores.
Así como hemos titulado esta narración, el decaimiento de una actividad que ha identificado la región fronteriza, también hubiéramos podido mencionar otras que han reducido su presencia como las agencias de viaje, las talabarterías, las alpargaterías y los pimpineros (vendedores de gasolina de contrabando), por ejemplo.
Contrariamente se observa el surgimiento de nuevos negocios, que en el pasado eran escasos y apenas se contaban con los dedos de una mano, más por efecto de la legislación que de la demanda, como es el caso de las farmacias, boticas o droguerías o el gran desarrollo que ha tenido el sector de las motocicletas y sus subsectores, como almacenes de venta, tanto de los vehículos como de sus distintos accesorios y refacciones, talleres de reparación y parqueaderos.
Sin embargo, uno de los aspectos que más llama la atención y que demuestra que el trabajo no se acaba, como erróneamente piensan algunos, pero sí el empleo, que cada día muta y se transforma. O sino veamos las diferentes clases de empleo que hoy se ofrecen: presencial, semipresencial, híbrido, a distancia o remoto, virtual, etc., al punto que ya se piensa en reglamentarlo y todo ello producto de lo que llamamos los técnicos “el desplazamiento o desempleo tecnológico”.
Lo llamativo de esta nueva situación es el auge que han tenido los “emprendimientos individuales o colectivos”, las aplicaciones para celulares o computadoras, las páginas de internet o las redes sociales que se han multiplicado al límite que hoy es casi imposible conocerlas todas y que les han servido a muchas personas a encontrar una fórmula de sostenimiento personal y familiar.
Si se observa detenidamente la cantidad de nuevas oportunidades generadas por los emprendimientos, no los tecnológicos sino los tradicionales que anteriormente eran escasos, podemos apreciar cantidades significativas de negocios, muchos de ellos ubicados en la categoría antes citada, como es el caso del sector de los alimentos, con una variedad nunca antes vista de pequeños locales que ofrecen comestibles para los más variados gustos, hamburgueserías, emparedados, perros calientes, pasteles, arepas y especialmente, panaderías.
Otros sectores beneficiados por la pandemia fueron los domiciliarios, las clínicas de costura, y la oferta de servicios de mantenimiento del hogar, entre otros.
Ahora bien, un tema que llama la atención es la reducción de la actividad de cambio de moneda en la ciudad, en realidad una situación que se viene presentando desde hace algunos años pero que se agudizó desde el momento que se produce el cierre de la frontera común, en agosto de 2015.
Sin embargo, desde el punto de vista económico, es necesario considerar esta actividad como declinante en el mediano plazo, teniendo en cuenta varios factores que irán apareciendo en el horizonte de los negocios:
1. la reducción del circulante que irá esfumándose con el tiempo, migrando al dinero digital y las operaciones virtuales y 2. la virtual desaparición del bolívar como medio de intercambio, que dicho sea de paso, dejó de ser atractivo en la ciudad debido a su inestabilidad y a la escasez de moneda física, lo cual ha hecho migrar esa actividad a realizar operaciones que anteriormente no se hacían por razones normativas a las transacciones de cambio de divisas fuertes como los dólares y euros.
Los que sí desaparecieron, en este caso, definitivamente, fueron los llamados “cajoneros” que eran aquellos pequeños cambistas que se ubicaban a la entrada de los puentes de la frontera ofreciendo cambiar su moneda, tanto a quienes ingresaban con bolívares como a quienes salían, ya que los pesos que traían consigo, no les servían en su país.
En la ciudad, algunos tenían sus puestos ubicados en las aceras brindando el mismo servicio, pero tanto unos como otros trabajaban como intermediarios de las grandes casas de cambio.
Aunque el cierre de la frontera causó serios perjuicios a la economía local, fueron mayores en las poblaciones vecinas de la república bolivariana, como puede apreciarse por la cantidad de “ataques” que se publicaban en los medios venezolanos en los que se lee que el gobernador del estado Táchira de la época, José Vielma Mora:”… señaló que en la capital nortesantandereana hay 12 casas de cambio legales y 3.400 ilegales, desde donde se sigue atacando la moneda venezolana, en ese entonces el bolívar fuerte…”.
La junta directiva de Asocambios, la Asociación de Profesionales del Cambio en el Norte de Santander le replicó que “…en Cúcuta hay 303 profesionales de cambio autorizados por la DIAN, que no tienen ninguna actividad ilegal y que gracias al cierre están casi que paralizados en su actividad cambiaria”.
El hecho es que la realidad actual, hasta el momento en que escribí esta crónica (mayo de 2022), nada prevé que esta actividad se recupere definitivamente, pero tampoco que desaparezca. El abrupto camino recorrido por la moneda venezolana que resumiré muy brevemente, se inició en el 2002 con la primera ampliación de nuevos billetes al comienzo del presidente Chávez, seguido en el 2008 con la primera reconversión, el bolívar fuerte, en la que se eliminaron los primeros tres ceros.
En la era Maduro, en el 2016, la primera ampliación con 6 nuevos billetes y al año siguiente otra, en la que se incluyó el billete de Bs.F 100.000. La segunda reconversión en 2018 en la que se eliminaron 5 ceros y la nueva moneda se llamó Bolívar Soberano y finalmente en 2021 entró a la economía el Bolívar Digital.
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