

Llegó el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay a su última morada en el Cementerio Central de Bogotá en donde se encuentran otras víctimas de los magnicidios que han sacudido a Colombia.
No puede seguir sucediendo que los liderazgos políticos sean interrumpidos y cortados violentamente por quienes atentan contra la democracia.
El fuerte mensaje de una patria herida por aquellos que no quieren entender la importancia de respetar el derecho a la vida y la posibilidad de cohabitar en medio de la diferencia ideológica se apreció en los diferentes pasajes del sepelio del joven dirigente atacado a disparos hace dos meses en Bogotá.
Las expresiones de dolor y de desasosiego en los actos religiosos que se llevaron a cabo trajeron recuerdos de una secesión de acontecimientos luctuosos que entre todos debemos evitar a toda costa que sigan sucediendo.
Muy descriptivamente lo expuso el cardenal Luis José Rueda durante la misa exequial cuando hizo la pregunta: ¿Estamos dispuestos a respetarnos los unos a los otros para que así juntos paremos esta lamentable fábrica de muertos en campos y ciudades del país?
Ahí queda un reto que no es para mañana ni pasado, sino para ser asumido de inmediato, porque de lo contrario estaríamos condenados a permanecer dentro de una espiral violenta que no tendría fin.
Y en medio de la conmoción nacional generada por el asesinato del congresista de 39 años surgieron pedidos para que haya justicia pero que no se generen hechos de venganza, los cuales también encierran una simbología importante.
Y es que si hay impunidad los autores intelectuales seguirán a sus anchas ejecutando operaciones para acallar a la oposición con balas y bombas generando de paso un clima de desestabilización y de persecución contra aquellos que desde las ideas disienten del gobierno de turno.
El llamado para no se produzcan acontecimientos de carácter vengativo por el crimen del senador Uribe Turbay es igualmente esencial para buscar desarmar el odio y prevenir que se vayan a producir las retaliaciones violentas.
No está el país como para que se vaya a caer en esa clase de hechos. La mesura, el ejercicio de la democracia sin cortapisas y las garantías institucionales y de seguridad para todos los sectores políticos es lo que se necesita con urgencia.
Y el otro mensaje que aún suena como el tañer de las campanas de la Catedral Primada de Colombia es el que referido al hecho de que ‘romper una familia es el acto de maldad más grande’.
Todos los actores de violencia encajan dentro de esa arrolladora afirmación, porque al desatar sus ataques o atentados contra los colombianos en las ciudades y veredas, esos homicidios, desplazamientos, desapariciones y demás acciones hostiles terminan fracturando y destruyendo el tejido base de toda sociedad, como lo es la familia.
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