Una cuestión que debe ser tratada con guantes, tapabocas y pinzas por parte de Colombia y Venezuela es el de la salud, que en una frontera abierta requiere de un trabajo conjunto y coordinado entre las autoridades binacionales.
Todos los días escuchamos hablar de aquellos requisitos para cruzar en carros hasta Norte de Santander y Táchira, de la forma en que se moverá el transporte interfronterizo de pasajeros y demás detalles relativos a la movilidad.
Pero poco o nada oímos sobre esta cuestión que se refiere al manejo y control de enfermedades que puedan afectar a las poblaciones asentadas en la zona común, en una acción parecida por ejemplo a lo que se ha empezado a hacer para el manejo de la seguridad entre las policías y ejércitos.
Son inocultables manifiestas y probadas las dificultades del sistema de atención hospitalaria en el vecino país, que desde el agravamiento de la crisis ha traído hacia Norte de Santander a miles de personas en búsqueda de curar sus males en la red pública y privada de salud.
Hospitales como el Erasmo Meoz, San Juan de Dios de Pamplona, Emiro Quintero Cañizares de Ocaña, entre otros, tienen una alta afluencia de pacientes venezolanos, en su gran mayoría migrantes que decidieron abandonar su país a raíz de la multiplicidad de problemas económicos, políticos y sociales.
En medio del éxodo, del rompimiento de relaciones y ahora de la nueva realidad en que Bogotá y Caracas restablecieron contactos diplomáticos y la frontera recuperó en gran medida la movilidad de mercancías, personas y vehículos, es indispensable que los ministerios de Salud y las autoridades epidemiológicas también organicen un encuentro bilateral de instituciones nacionales y locales.
Desde hace mucho tiempo, el gobierno venezolano no publica ni datos ni estadísticas relacionadas con la salubridad y que permitan saber a ciencia cierta las enfermedades que circulan en el territorio.
Para dar un ejemplo de esa situación, el año pasado la organización Médicos Unidos de Venezuela le reclamó al gobierno volver a emitir el boletín epidemiológico suspendido desde finales de 2016.
Poco se sabe de la malaria, del sarampión, de la viruela símica, de la tuberculosis, la poliomielitis y de la situación actual de las enfermedades agudas respiratorias, del Covid 19 y el VIH entre otras, en Venezuela y en los estados fronterizos como Táchira y Apure.
Las fronteras en materia de salud requieren de una atención específica y extraordinaria en materia de controles y conocimiento de comportamientos y casos de personas afectadas por cualquier patología que acarree situaciones de alto riesgo y se necesiten, en una eventualidad, cordones sanitarios y complejas acciones de bioseguridad de lado y lado.
El ministerio colombiano del ramo, junto con el Instituto Nacional de Salud deben plantearles a sus pares venezolanos que empiecen a restablecer las estadísticas para compartirlas y también que se entregue un diagnóstico actualizado sobre las enfermedades tropicales, al igual que para saber cómo están los niveles de vacunación en niños, adolescentes y adultos.
En ese campo, sin riesgo de equivocarnos, está todo por hacer y los gobiernos están en mora de poner a andar entre ambos la institucionalidad para que en el nuevo ritmo que se empezó a marcar en las relaciones fronterizas, que el sector de la salud no sea un convidado de piedra ni un elemento de segunda o tercera categoría, pues el coronavirus demostró los graves riesgos pandémicos a que está expuesta la humanidad
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