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Editorial
Frontera adolorida
Norte de Santander está padeciendo hoy las secuelas de los carteles de la droga y organizaciones del multicrimen que generan violencia.
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La opinión
La Opinión
Martes, 19 de Agosto de 2025

Una operación de expulsión con características propias de los nazis y de los grupos armados ilegales marcando las viviendas fue la que se vivió hace diez años en la frontera, cuando Venezuela desató una grave crisis humanitaria.

El año 2015 marcó un profundo deterioro en las relaciones diplomáticas colombo-venezolanas, porque también el régimen del presidente Nicolás Maduro ordenó un prolongado cierre de  la frontera y empezó a crecer la cresta del éxodo de venezolanos huyendo de la crisis política, social y económica.
Lo primero que debemos entender es que las brechas ideológicas no pueden marcar el manejo diplomático y menos entre dos países que tienen una frontera de 2.219 kilómetros, siendo considerada la de Norte de Santander y Táchira como la más viva de América Latina.

Ese deterioro nos pasó factura en los ámbitos comercial y de seguridad, comenzándose a recuperar lentamente el primero, mientras el segundo ha venido en un empeoramiento continuo y ascendente.
Los que literalmente ‘hicieron su agosto’ fueron los grupos armados ilegales como el Eln, la disidencia de las Farc y por lo menos una veintena de bandas criminales transnacionales, como la del Tren de Aragua, que se tomaron el territorio fronterizo para sus acciones delincuenciales y de narcotráfico, al igual que para convertirla en retaguardia y el posterior establecimiento de campamentos en el lado venezolano.

Norte de Santander está padeciendo hoy las secuelas de los carteles de la droga y organizaciones del multicrimen que generan violencia, precisamente porque la zona fronteriza cayó en manos de la criminalidad.

Aparte de esto, Colombia aparece como el principal país receptor de los refugiados venezolanos que, en número de 7.8 millones, huyeron del régimen de Maduro y 2.8 millones se quedaron en nuestro país.

Lastimosamente, debemos decir que desde 2015 para acá, prácticamente ha sido una década perdida en el relacionamiento entre los dos países, con impacto negativo directo sobre los pueblos.

Los escenarios de cooperación y de lucha bilateral hay que recuperarlos, consolidarlos y fortalecerlos con el fin de que los lazos de amistad se estrechen y se puedan enfrentar los complejos problemas comunes y trabajar en conjunto por el bienestar de los habitantes y reimpulsar el intercambio comercial bilateral.

Venezolanos y colombianos no podemos darnos el lujo de ir a repetir lo que nos ha pasado. No. Y para ello hay que abrirle un capítulo en la historia de ambos países a todos estos episodios que ensombrecieron la frontera, para que sirvan de ejemplo y de estudio sobre lo no se debe hacer.

Confiemos en una pronta recuperación de la democracia en Venezuela, para que con un gobierno legítimo se lleguen a acuerdos binacionales en seguridad fronteriza y lucha contra el narcotráfico, el desarrollo de proyectos económicos, de transporte y de infraestructura, así como el de una zona binacional sin riesgos para la soberanía nacional.


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