No tienen escrituras ni la posesión del terreno de 10.000 metros cuadrados, pero muchas personas tienen en el emblemático parque Santander, su sitio de trabajo, en el corazón de Cúcuta.
Los hay quienes les toman fotografías a las familias cucuteñas y turistas que llegan a ‘dominguear’ y se retratan con las palomas. Otros le sacan brillo a los zapatos de los pensionados. Están los que vende tintos y dulces, y quienes les dibujan una sonrisa a los niños con burbujas de jabón. Y, como si fuera poco, allí también instala su pedestal ambulante la estatua humana.
Aunque algunos han pasado fugazmente, otros como José Ángel Duarte, el embolador más antiguo del parque, llevan medio siglo en la misma esquina, siendo referente y hasta parte del paisaje.
Al devolver el tiempo se pudiera encontrar una respuesta histórica a la proliferación de vendedores. Antes del terremoto de 1875 era la plaza Mayor donde se montaba el mercado público del sábado y el domingo.
Hay referentes de que hace unos 131 años la Alcaldía intentó desalojar a los mercaderes de la zona del parque Santantander, con la plantación de árboles, en la administración de Carlos García Vera...pero todo falló, y el rebusque sigue allí.
Un vendedor polifacético
Una estela de burbujas se extiende por la esquina de la calle 10 con avenida 6. José Antonio Galvis, de 48 años, sopla a todo pulmón para que las burbujas salgan y pueda captar a un posible comprador, y cuando ve a un niño, sopla el doble.
Llegó hace 17 años al parque Santander huyéndole a la violencia que azotaba La Gabarra (Tibú).Empezó vendiendo pelotas y terminó encaramado en un tarro como una estatua humana.
Un peruano que en ese entonces trabajaba en este mismo oficio lo convenció de comprar tres metros de satín rojo, lo entrenó por un par de minutos y lo subió a la diminuta tarima de 30 centímetros. Posó solo un par de horas y se ganó el triple de lo que se podía ganar con las pelotas.
“En la época de bonanza del bolívar era bueno este oficio, porque los venezolanos nos daban bolívares y al cambio nos cuadrábamos”, recordó Galvis.
Durante siete años fue una estatua, pero hace una década volvió a deambular por el parque, esta vez, vendiendo burbujeros.
Galvis tiene cuatro hijos y vive en un rancho en Colombia 1. Trabaja de domingo a domingo de 9:00 de la mañana a 12:30 del día y de 3:00 a 5:30 de la tarde. En un día bueno puede a $30.000.
Hace ocho días desempolvó el traje y probó por un par de horas como estatua. La gente le pellizcó los brazos, le punzó la barriga y él no se inmutó. Por eso piensa: ¿las burbujas o la estatua?
Medio siglo embolando
José Ángel Duarte, de 68 años, ostenta con orgullo el título como el embolador más antiguo del parque Santander; en pocos meses cumplirá medio siglo de trabajo ininterrumpido.
De pelo cano e incipiente barba, es toda una leyenda en el parque y deleita a los más jóvenes con sus anécdotas y ocurrencias.
Cuando empezó a embolar cobraba un peso. Hoy, la tarifa es de $2.000 por lustrada y $500 adicionales con pulida. Se ufana de que su clientela es muy fiel, como aquellos a quienes embolaba desde que estaban en el colegio y, hoy, ya pensionados, vuelven a buscarlo para que les lustre el calzado.
En su puesto instalado diagonal a la Alcaldía de Cúcuta, les ha puesto betún y dado brillo a los zapatos de los alcaldes de turno y a reconocidas personalidades nacionales.
Recuerda al árbitro Óscar Julián Ruiz, al cantante Pastor López, a Horacio Serpa, a Enrique Peñaloza, y al humorista Jaime ‘El Flaco’ Agudelo.
José Ángel Duarte asegura que su negocio se vino a pique con el auge del calzado deportivo. En sus mejores épocas atendía hasta 20 clientes, hoy con suerte culmina el día con 6 emboladas.
Este carismático cucuteño es el fundador de la Asociación de Embellecedores de Calzado de Norte de Santander, que gracias a su oficio construyó su casa en Aguas Calientes y sacó adelante a sus cuatro hijos.
Sobreviviendo en la era digital
Jaime Díaz Zárate ‘El Bambino’, de 72 años, es uno de los siete fotógrafos que siguen obturando en la era digital en el céntrico sector.
Hace 40 años se instaló en el parque Santander, donde empezó junto a otros 30 fotógrafos, tomando retratos a 50 pesos. Para no ser arrasado por la tecnología representada en las cámaras digitales y los teléfonos inteligentes, tuvo que modernizarse y por eso lleva una impresora al para entregar de inmediato el material fotográfico.
Mientras termina de atender a unos turistas que posan con poncho y gorro rodeados de palomas, recuerda la época en la que el parque era mucho más natural y solo era habitado por fotógrafos y emboladores.
“Antes el parque estaba más arborizado, tenía ardillas, micos e iguanas y era mucho más atractivo”, recordó. “Ahora parece un mercado persa”.
Díaz asegura que se ha dado el lujo de fotografiar a varios mandatarios colombianos. En su archivo personal guarda las imágenes del presidente Juan Manuel Santos y de los expresidentes Belisario Betancur y Virgilio Barco.
Aunque tomar fotos ya no es tan rentable, asegura que ahora lo hace como un pasatiempo.
Como fotógrafo de parque logró construir su casa en Siglo XXI y educar a sus tres hijos, quienes hoy son profesionales.
Una estatua de carne y hueso
Los pellizcos que le dan los transeúntes para probar si de verdad es una estatua humana, los ha tenido que soportar sin chistar ni llorar ni moverse, Elkin Barbosa. Durante 15 años lleva parándose como si fuera una figura de yeso, a pleno sol, o bajo la lluvia, en el parque Santander.
Lo único que lo hace moverse es el sonido de las monedas al caer dentro del tarro que pone en frente suyo.
Aunque cuando empezó en este oficio la competencia era fuerte porque había otras siete estatuas más, sin contar la del general Francisco de Paula Santander, hoy él es el único que le ordena a sus músculos no moverse a la espera de la metálica llegada de una moneda. Trabaja medio tiempo en la esquina de la calle 11 con avenida 5 porque lo que recauda no le alcanza para subsistir.
En las mañanas se la rebusca como ayudante de construcción y en la tarde pasa por lo menos tres horas inmóvil encima de un balde para ganarse unos pesos.
En medio de risas recuerda que solo una vez le han robado el tarro con las ganancias. Aunque trató de ir detrás del ladrón su traje se lo impidió, por eso ahora tiene el pote más cerca y nunca le despega la mirada. Durante estos 15 años ha tenido múltiples y coloridos trajes para llamar la atención de los transeúntes. Hoy solo se pone dos, uno de soldado universal que le costó $180.000 y otro más sencillo de color plata por el que pagó $80.000.