No son solo palabras para enaltecer a una madre, sino el latido de un amor que ha crecido en corazones, que conocieron la carencia, la lucha y la felicidad verdadera al lado de ellas.
Estas son las historias de hijos que, hoy gritan con orgullo que sus madres son las mujeres más fuertes que han conocido.
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Desde niña, Heiny Gómez, bumanguesa de nacimiento pero con corazón tibuyano, vio en su madre una resiliencia única, y una fortaleza de guerrera. Recuerda que una noche, en medio de una tormenta fuerte, su casa temblaba, pero su mamá firme en la puerta oraba con una calma inquebrantable.
En ese instante, aprendió que el coraje no siempre ruge, sino que a veces es un ligero susurro, que sostiene el alma. Aunque fue la hija más amada, eligió caminar sola, aprendiendo a cuidar y levantarse con sus propias manos, guiada por la resiliencia de una madre que nunca se rindió.
En los días más oscuros de esa independencia, cuando el hambre pegaba, su mamá se convirtió en un faro que iluminó su camino y en la constancia que moldeó su espíritu. Hoy, Heiny la admira más que nunca, porque es una mujer que sonríe a pesar del dolor, que sostiene y guía aun desde la distancia.
Sabe que no es solo su hija, sino el reflejo vivo de una lucha que trascendió generaciones. Sueña con devolverle la vida que ella le regaló, cambiando destinos con el mismo amor que la transformó.
Leonardo Oliveros atesora cada recuerdo de su madre, un amor que desafía los 4.500 kilómetros que los separan, porque él vive en Cúcuta y ella en Santiago de Chile. Su don de servicio y ese cuidado silencioso que nunca falta son valores que lo abrazan, traspasan cualquier frontera y sostienen su alma en las horas más duras.
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Leonardo cuenta que la lección más grande que su madre le legó es la valentía de empezar de nuevo, sin miedo, ni pausa. Su empuje y su determinación son las fuerzas que laten en su corazón. Ese amor incondicional, aunque distante, es el refugio que lo impulsa a nunca rendirse y a seguir creyendo.
Fernanda Botello lleva en su pecho la imagen de su madre como un homenaje palpable de su amor, que le saca sonrisas cálidas en instantes difíciles. A pesar de vivir una infancia marcada por instantes complejos, su mamá nunca dejó que la tristeza apagara su espíritu.
Fernanda frecuenta con su madre el cementerio, para visitar la tumba de sus seres queridos, y cuenta que es en esos momentos cuando su mamá le ha enseñado que a pesar de existir la fragilidad humana y el dolor, estas pueden habitar junto a la esperanza. El perdón ha sido una de las lecciones más profunda que Fernanda ha recibido de su progenitora.
Ella le mostró a Fernanda que en las heridas más hondas siempre hay luz, y que la verdadera fuerza es regalar una sonrisa sincera cuando la vida pesa. La distancia física que las aleja, sumado al silencio, alzaron muros invisibles que juntas aprendieron a derribar con sinceridad y tiempo.
La fe inquebrantable y el amor eterno de su madre son para Fernanda un refugio cotidiano, y la voz que le susurra que siempre vale la pena soñar. Para estos hijos, el amor de sus madres es motivo de alegría y esperanza en cualquier circunstancia de sus vidas.
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