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Hernando Barón, el único tornero de trompos de San Cayetano
Su misión es dejar un legado en los más jóvenes del municipio para no perder la tradición.
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Ronaldo Medina
Ronaldo Medina
Martes, 31 de Agosto de 2021

 A 40 minutos de la capital nortesantandereana, en San Cayetano, al fondo de una casa con decoración minuciosa, se encuentra el taller de Luis Hernando Barón, quien llama la atención de natales y visitantes por su peculiar arte de fabricar trompos, rodillos y porras de madera.

Las manos gruesas y ásperas de este hombre demuestran lo mucho que ha trabajado a lo largo de sus 66 años. Tenía 18 cuando vio a un grupo de adultos mayores usar el torno para hacer trompos y, desde ahí, supo que aquella máquina se convertiría en su mejor amigo.

“Yo les ayudaba cargando la madera, pero iba observando cómo hacían los trompos y quise aprender, así que un día hice mi propio torno de siembra con madera”, relató.

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Ahora que es un experto, su día inicia a las 5:00 de la mañana, cuando sale a recorrer las áreas boscosas de San Cayetano para recoger el cañahuate, el tipo de madera con la que fabrica sus trompos.

A las 7:00 a.m. ya está montando el primer trozo y a las 11:00 a.m. ha terminado una ‘gruesa’, como se le llama a la fabricación de doce docenas, es decir, 144 trompos, su producción diaria.

“Se acomoda el pedazo de madera en la máquina de torno y, dependiendo del grosor y calidad de la madera, se le da la forma. Los maderos más gruesos se suelen utilizar para producir rodillos de cocina, los restantes son para trompos de diferentes tamaños”, explicó.

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Cuando la madera está lista, vierte agua caliente en los cinco tarros de pintura anilina que cuelgan de un palo sobre la máquina y, con un pulso y agilidad sorprendente, traza las líneas de color en cuestión de segundos.

De un mismo palo suele moldear dos trompos. Cuando ya están listos, los divide con la sierra y utiliza un taladro para introducirles una puntilla de 2,30x11 centímetros.

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Un cambio inesperado

En épocas pasadas, cuando la economía venezolana era atractiva a la vista de los nortesantandereanos, Hernando Barón llevaba cada semana entre ocho y diez gruesas de trompos para venderlas a $90.000.

Las ventas en aquel entonces lo motivaban a regresar cada día, pero, una vez los años dorados terminaron, dejó de exportar su mercancía allí y fijó su mirada en Cúcuta, donde aplicó un cambio a su estrategia.

Antes pagaba a 50 pesos los 300 trozos de madera que encargaba a la semana, hasta que empezó a conseguir él mismo la materia prima para reducir costos.

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Desde entonces se acostumbró a él mismo cortar, lijar y secar la madera. Para la época de Semana Santa es cuando recibe más pedidos, en especial en San Cayetano, donde organizan competencias de trompo.

“Salir al parque y ver niños y adultos jugando trompo da una alegría muy grande, mucho mejor a que estén todo el día en el celular”, comentó.

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Adaptarse a la pandemia

Durante algunos meses Barón permaneció resguardado en casa junto con su esposa cuando la pandemia llegó a San Cayetano. Como los mercados dejaron de moverse, se vio obligado a detener su rutinario torno.

Sin embargo, no resistió a permanecer confinado y buscó otras maneras de sostenerse económicamente; fabricó rejas, puertas y trabajó un tiempo como soldador, según lo requerían sus vecinos.

Sus hijos lo ayudaron a mantenerse y también un subsidio de parte del Gobierno Nacional a los torneros, con el que reciben medio salario mínimo. La iniciativa existía desde el 2008, pero fue hasta el año pasado que envió sus papeles.

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“Estoy muy agradecido por la ayuda, sin embargo, nos la deben dar mensual, y ahora la envían es cada dos meses”, expresó.

Por fortuna, cuando al fin retomó su oficio de trompero, poco a poco notó la recuperación en las ventas y los pedidos fueron llegando.

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Dejar un legado

Aunque los hijos de Hernando Barón aprendieron, casi por herencia, a trabajar la madera en el torno, tomaron la decisión de continuar sus vidas con profesiones diferentes y poco a poco formaron sus familias.

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Cuando van de vacaciones a casa de sus padres, siguen ayudando a Hernando con su oficio y hacen competencias de trompo con los nietos, sin embargo, en Barón sigue firme el ideal de dejar un legado en la nueva generación para que esta tradición de fabricarlos no se pierda con el paso del tiempo.

Fue así como se le hizo costumbre hacer tornos y regalarlos a quienes quisieran aprender. Al igual que sus hijos, su hermano, su cuñado y los conocidos hermanos del Grupo Caliche (natales de San Cayetano), recibieron tornos y enseñanzas de Barón, pero tampoco continuaron en la labor.

“Ahora pienso enseñar a unos muchachos para que aprendan, trabajen en esto y no se olvide la tradición de nuestro municipio. No pierdo la ilusión, porque es un arte muy bonito en el que espero seguir hasta que mi Dios me tenga con vida”, concluyó.

El orgullo de la familia

Rosalba Corredor, compañera de vida de Barón, ha sido fiel seguidora del trabajo de su esposo y, aunque reconoce que nunca aprendió el torno porque dice que no es lo suyo, admira como espectadora la labor artesanal con la que levantaron su hogar.

“Me considero nerviosa y no tengo buen equilibrio para manejar la máquina, en cambio él sí, y lo admiro por eso, porque no cualquiera puede hacer su trabajo”, expresó la mujer.

Aun así, Corredor es una ávida jugadora de trompo y, cuando sus tres nietos están en casa, utiliza los trompos que les da su esposo para enseñar a sus nietos.

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