Nunca he podido entender la tirria de los ángeles contra las mujeres. Resulta que en aquella navidad, absolutamente en vivo, que se celebró hace dos mil diecinueve años (un poco más, dicen algunos), bajó de los cielos un coro de ángeles cantores a ponerle calor al ambiente, que estaba muy frío. Habían ensayado Noche de paz, El burrito sabanero y Antón tiruliru liru, pero resultaron cantando el Gloria.
El Niño tiritaba de frío y lloraba de hambre; a María aún no le bajaba la leche sino calostros; José, desesperado, daba zancadas de un lado al otro de la pesebrera; las pobres y humildes pajas del pesebre incomodaban al Niño, y los vahos de la burra y del buey no alcanzaban a calentar al Bebé.
En eso llegaron los cantores. Venían todos de blanco, las alitas recién lustradas y se habían pegado un aguardientico, para calmar el frío y para aclarar la voz. Su misión, que decidieron aceptar, era la de cantar toda la noche, según rezaba el contrato, para alegrar al Niñito y para atraer a los pastores que por allí estaban adormilados.
En efecto, los pastores, maravillados de tanta luz y tanta cantadera, dejaron sus ovejas y corrieron a ver qué era la bulla. Lo que vieron los dejó estupefactos: Un verdadero pesebre: El viejo José, entre pensativo y alegre. María, hermosa y llena de gracia. Jesús, un carajito lindo, como no se ha visto jamás otro igual sobre la tierra. Una burrita y un buey, disputándose la paja.
Detrás, los ángeles echaban la pesebrera por la ventana con sus canciones. Y eran ellos los que cantaban aquello de “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. La primera extrañada fue Magola, la vieja pastora que también cuidaba ovejas, al lado de su marido y de sus hijos. Pastorear le gustaba más que cocinar, lavar y planchar.
Fue la primera extrañada, repito, porque le quedó sonando aquello de “paz a los hombres”. “¿Y las mujeres, qué? ¿Que nos coma el tigre?”, se dijo.
Es lo que yo también pregunto: ¿Cuál es la bronca de los ángeles contra las mujeres? ¿Será por lo que dicen algunos, que los ángeles no tienen sexo? ¿O será envidia porque saben y admiran como yo a las mujeres por su carita angelical, su sonrisa divina y su mirada de cielo?
Sea la causa que sea, no es justo que los ángeles de ayer y los curas de hoy sigan repitiendo que paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Cierto es que hay mujeres que son una caspa, que nunca pueden vivir en paz, pero también las hay que son una bellezura, que son tiernas por dentro y por fuera, que no tienen presa mala, que sólo inspiran amor y devoción porque saben vivir en paz.
Cierto es que las hay cantaletudas, amargadas, desagradecidas y demasiado quisquillosas, pero también las hay que son un remanso de bondad y de cariño y de perdón.
Ojalá el Papa Francisco arregle esa frasecita en el Gloria, (Paz en la tierra a los hombres y mujeres), para que no digan que la Iglesia es discriminatoria, sobre todo en estos tiempos modernos en que muchas veces no se sabe quién es mujer y quién es hombre. En estos días vi a dos muchachos, aparentemente varones, besándose en un sitio público. Tuve ganas de agarrarlos a pata y puño, pero me detuve porque no supe cuál era la mujer. Y a las mujeres no se les debe tocar ni con el pétalo de una rosa.
De modo que me aguanté las ganas.
Cuando el show de la alcaldesa de Bogotá con su parejo, o pareja, muchos dijimos que esa es una señal de que el mundo se va a acabar. Pero parece que los que nos vamos a acabar somos nosotros, porque otro mundo ya está comenzando.
Así, pues, me atuve a la filosofía de los arrieros: Camine y deje caminar. O sea, viva y deje vivir. Que cada quien tiene su modo de matar pulgas. Y que cada quien se acomode con la que sea. O con el que sea.
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