Las manifestaciones ciudadanas convertidas en graves disturbios son un fenómeno que se está presentando en numerosas ciudades del mundo, con características similares pero surgidas de causas diferentes.
Los desórdenes protagonizados por los “chalecos verdes” de Francia son una expresión de inconformidad con las políticas económicas del Presidente Macron.
Lo ocurrido en Hong Kong es una furiosa protesta contra el gobierno por normas sobre el juzgamiento de sus ciudadanos por parte de las autoridades chinas.
Los desmanes de Cataluña surgen del movimiento independentista que está anidado en esa provincia española dese hace siglos.
En nuestro continente han sido permanentes las marchas de protesta en Venezuela y Nicaragua reprimidas brutalmente por las policías políticas.
Pero, los tumultos de Ecuador y Chile han sorprendido al mundo por la iracundia con que han actuado los huelguistas, en el primer caso con evidente intervención de políticos ecuatorianos e infiltrados venezolanos; y en el país austral sin una conocida dirigencia partidista.
En estos dos países el detonante fue las alzas del precio de los combustibles y del costo de los pasajes del metro, respectivamente, de suerte que ambos casos tienen que ver con el transporte. Es un aspecto para tener en cuenta.
Las comunidades indígenas tienen en Ecuador una enorme influencia, tanto que en más de una ocasión han derrocado a gobiernos a los que se ha opuesto.
Y no es difícil adivinar que quien logra convocarlos, cuenta con una fuerza enorme. Este parece ser el caso
Pero, el fenómeno chileno es el más asombroso porque en los últimos años su desempeño económico ha sido ejemplar entre los países en vías de desarrollo por la constancia de su crecimiento, el progreso de sus ciudades, así como por el mejoramiento de la infraestructura vial y las condiciones de vida de sus habitantes. Un descontento soterrado, incubado en un tiempo indeterminado por aspiraciones no satisfechas, explotó repentinamente por la ley que expidió el Congreso aumentando el precio del pasaje del metro de Santiago.
Si, en ambos casos, pudo haber alguna falta de previsión de lo que podían producir esas decisiones, la reacción ciudadana ha sido desmedida e insensata, si se considera que se trató de ajustes a la economía para evitar un desastre financiero ulterior. El costo de los subsidios a los combustibles, que heredó el actual gobierno de Ecuador, hacen insostenible sus finanzas y pueden conducir a enormes dificultades futuras. Y en Chile, se evidencia claramente que el transporte público masivo es siempre deficitario, y debe ser financiado con recursos presupuestales que afectan a otros rubros para atender las necesidades ciudadanas.
Desde Colombia se observan estos hechos con dos miradas diferentes: La de quienes lamentamos que estos países amigos estén pasando por esas lamentables dificultades. Y, otra, la de comentaristas y periodistas que, prácticamente, incitan a que los inconformes colombianos actúen de manera similar bajo el criterio de que sus actos son menos violentos que aquellos. Esta es la expresión de quienes desean que le vaya mal al gobierno, aunque al país también la vaya mal.
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