COVID-19, aumento del desempleo, preocupación por las finanzas públicas en 2021, caída de las exportaciones mineroenergéticas en el país, la adopción del modelo económico chino en Venezuela, el escalamiento de la violencia en Arauca y Catatumbo y la posibilidad de que ese país se convierta en santuario para nuestros corruptos, parecerían asuntos sin relación; pero están atados íntimamente y por eso ameritan mirar a nuestro vecino oriental con ojos nuevos, pragmáticos, ajenos a la excluyente lente ideológica.
Si el virus ya llegó a su cima y los que se contagian cada día son menos que los que se recuperan, de todas maneras hizo daños con consecuencias serias sobre la economía: parálisis manufacturera en China, menor demanda mundial energética, tendencia general al aislamiento comercial, caída en el turismo, afectación del sistema financiero y de los mercados bursátiles; esto conlleva mayor desempleo y menor crecimiento en el globo, cada cual con sus propios niveles. En Colombia, es evidente la preocupación por haber alcanzado en enero pasado tasas que no veíamos desde hace una década, del 13% en la desocupación, máxime cuando la que creció más fue la rural, con 250.000 desocupados adicionales.
El frente fiscal se verá muy tenso el año entrante, si el petróleo se mantiene bajando de us$50 el barril, con dificultades para cumplir con la regla de las finanzas públicas y con mayor gasto y pocas posibilidades de reformas que lo aminoren, como la de pensiones o la de subsidios. Las utilidades de ECOPETROL este año no podrán ser las mismas de año pasado y en 2021 se repartirán bastantes menos billones por este concepto al estado y a los demás accionistas, salvo un rebote inusitado de precios que estaría por verse. También están frenados el fracking en territorio colombiano y las concesiones mineras más importantes para nuestro desarrollo social y nuestra estabilidad fiscal.
Y pasando la frontera, se anuncia que el régimen venezolano ha adoptado el modelo económico de China. Ya se nota cierta libertad cambiaria, traducida en algo de abastecimiento popular y descenso en la inflación atada a la demanda en dólares. Igualmente se ha anunciado una reestrucuración de la industria petrolera venezolana, con nuevas inversiones de compañías extranjeras; no olvidemos que cada 1 de enero, el vecino arranca con ingresos mínimos de cuarenta mil millones de dólares (llegaron a ser hace veinticinco años us$110.000 por año!). Mientras tanto, desde la Casa Blanca se anuncia que se modificará la estrategia de seguridad con Venezuela y se invita a gobierno y oposición a compartir el poder, ya despedido Bolton que recomendaba la intervención militar.
Nuestra actual visión de Venezuela y de su gobierno tiene que cambiar hacia la coexistencia pacífica y el respeto mutuo y hacia una mínima colaboración en seguridad fronteriza, amén de canales abiertos para alimentar ese nuevo modelo económico que ya arrancó. No nos puede volver a pasar lo de Ayda Merlano y su extradición; hay que encontrarle remedio negociado y operacional a la libre movilidad del ELN y perseguir combinadamente las bandas de narcotráfico en frontera; hay que colaborar para la sanidad y el ritmo de la migración; hay que mantener comunicación para lidiar con incidentes fronterizos; reanimando el punto primero de los Acuerdos de Paz, hay que participar con alimentos colombianos en la recuperación económica que el nuevo modelo traerá, así sea frágil, y no dejársela toda a los EEUU, China y Rusia; Brasil se demorará más en llegar, pero llegará al igual que Argentina y México. Y nuestras manufacturas básicas también tendrían una nueva oportunidad. En definitiva, hay un postigo abierto con Venezuela para que Colombia enfrente mejor la tercera década de este siglo XXI, con mejor seguridad, mejor política exterior, mayor actividad económica y más tranquilidad externa para nuestras FFAA. No se trata de loar a Maduro y sus desastres, ni suspender la aspiración de una Venezuela democrática, sino de ver nuestra acción con otros ojos: los del interés nacional y no con los de la ideología que solo sirve de excusa para meterle mano desde Caracas y el Caribe a nuestros problemas domésticos; esa ideología que ya nadie siente como causa suficiente para imponer decisiones en otros países. Quien dude, mire el acuerdo entre archienemigos, los EEUU y el Talibán, pacto que reelegirá a Trump el día en que, cerca de las elecciones de noviembre, sus 15.000 soldados hoy estacionados en Afganistán desfilen en bienvenida por la Quinta Avenida de Nueva York.