Bogotá (Colprensa).- Durante las últimas décadas han ocurrido grandes escándalos de corrupción que, como una especie de catarsis por capítulos, han afectado ostensiblemente la legitimidad del Estado: el proceso ocho mil, la llamada parapolítica y el caso Odebrecht a los poderes ejecutivo y legislativo, el “cartel de la toga” a las altas cortes. Paramilitarismo, “falsos positivos” y varios hechos de corrupción administrativa, a la Fuerza Pública en general y en particular al Ejército. Es impreciso hablar de corrupción generalizada del Estado, pero las “manzanas podridas” han ido en aumento incluyendo a los más altos niveles de autoridad. Lo cierto es que se ha venido conformando un ambiente social de deslegitimación estatal que urge reversar.
Ha habido acciones restauradoras de legitimidad provenientes de la Fiscalía y jueces, la Procuraduría e incluso la Contraloría. Además, cuando los medios de comunicación informan al respecto, promueven la sanción social. Pero el punto a destacar es el de que si no se ha detenido la ocurrencia de los escándalos es porque no se ha llegado al fondo del problema para encontrar soluciones más efectivas que el aumento de penas o la no casa por cárcel para los corruptos. Los funcionarios públicos que delinquen tienen mayor responsabilidad social por sus faltas y hay que sancionarlos drásticamente, pero ellos provienen de las mismas entrañas de nuestra sociedad que los elije o facilita su nombramiento, lo cual quiere decir que el problema es más amplio…, es cultural.
Hoy día quienes que no ven una raíz de índole moral en los frecuentes escándalos son más bien pocos. Entonces, más allá de crisis en la política y en la justicia hay que hablar de una crisis moral en nuestra sociedad. Y si hablamos de crisis moral en nuestra cultura, estamos diciendo al mismo tiempo que nuestra sociedad no sabe proponernos cuál es nuestro fin en la vida, para que esta sea una vida lograda. Y es aquí donde encuentra su espacio la corrupción, no porque los funcionarios públicos desconozcan el bien, sino porque es la sociedad la que es incapaz de establecerlo como una realidad objetiva, superior a nuestros intereses particulares.
Ahora bien, si hablamos de un problema cultural debemos mirar hacia la educación tanto en la familia como en los centros educativos. Es que el modelo educativo preponderante tiende a formar personas para el éxito en la sociedad capitalista, para conseguir dinero, disfrutar del placer y tener poder. Y sus resultados están a la vista: corrupción, falta de fortaleza para superar fracasos, egoísmo e incapacidad para emprender proyectos comunes. No estamos formando gente dispuesta a trabajar por el bien común, que combata la inequidad social, personas de conducta recta, austeras y solidarias.
El gran desafío de la educación es, ante todo, formar la mente y el corazón de las nuevas generaciones para atender las grandes necesidades de la sociedad, para reparar el tejido social de la inequidad, la violencia, la corrupción y la injusticia, y para soñar con un futuro mejor. Urge emprender una renovación cultural.
@CarlosAlfonsoVR