La primera algarabía por cuestión de lenguas se dio cuando la Torre de Babel. Todos hablaban a la vez, todos daban órdenes, nadie entendía y aquello se volvió una gazapera infernal. Los más optimistas dicen que aquella barahúnda lingüística dio origen a los diversos idiomas, pues desde la Torre inconclusa las gentes se regaron por la tierra en distintas direcciones y así surgieron los pueblos y sus diferentes lenguas.
Mucho más tarde, según el Nuevo Testamento, una mañana se encontraban los apóstoles encerrados, temblando de miedo por la persecución de los judíos. De pronto, sintieron un fuerte ruido y un ventarrón de agosto los hizo estremecer. Sin ninguna ventana abierta, el Espíritu Santo entró, en forma de paloma, y los puso a hablar en lenguas, es decir, en diferentes idiomas.
Fue entonces cuando les entró la verraquera. Perdieron el miedo, se amarraron los calzones y las túnicas, y salieron a predicar sin saber ellos mismos en qué idioma o jerigonza hablaban. Los griegos los escuchaban en griego; los arameos, en arameo; los romanos, en latín; los árabes, en árabe. El Espíritu Santo iluminó la mollera de los apóstoles y aquellos pescadores temerosos se volvieron letrados y oradores, a quienes ya no les temblaba la voz ni nada.
(Permítanme aquí hacer un paréntesis palomero: El Espíritu Santo es una paloma blanca, que ilumina y da fuerzas. La paloma de Noé es blanca y lleva una ramita de olivo. La paloma de Santos es metálica y se la ponen en ojales y solapas, pero necesita pomada brasso para que no se negree).
Sigo. A lo largo de la historia se han formado trifulcas a causa de la lengua. Dicen los que saben, que muchas guerras se hubieran evitado, si los mandamases hubieran guardado prudencia con sus lenguas y si los revoltosos hubieran medido el alcance de sus palabras y de sus balas.
Hay lenguas uniperinas, viperinas y triperinas, y por su culpa las vecinas se agarran a mechonazos, los vecinos se insultan y los más violentos se matan. Si cada quien se metiera su lengua, como dice el refrán, entre el bolsillo, las peleas disminuirían y la paz sería más real y menos costosa que la de ahora.
A quienes hablan más de la cuenta y dicen lo que no deben decir, el diccionario los define como bocones. En todas partes los hay y en todas partes la gente los señala como habladores de cháchara y culpables de enfrentamientos.
Lo malo es que los bocones tienen sus seguidores que los aplauden y los ensalzan, con cada bocanada de sandeces que dicen. En todo el mundo ha habido bocazas que han puesto en aprietos a todo el mundo.
Los ha habido en Europa, en América y en Asia. En Colombia los ha habido. Pero dicen los que conocen de oratoria internacional que la delantera la llevan los venezolanos jefes de la actual revolución. Desde que el comandante Chaves (q.e.p.d.) subió al poder, sus arengas se hicieron famosas por lo atrevidas. No se imaginó el difunto Chaves que su sucesor, mi amigo y paisano Maduro, cada vez que toma el micrófono dice un montón de barbaridades contra sus opositores, contra sus vecinos y contra el idioma.
La gente se ríe de las metidas de pata de Nico, pero a los cucuteños nos pone la cara roja por la vergüenza que nos hace pasar uno de los nuestros. Ahora, el gobernador Vielma va también por el mismo camino. Habla, inventa cosas, nos echa la culpa de la situación de frontera, se contradice y sigue echándoles vaina a los cucuteños, que lo único que hacemos es recibirlos con los toldos y los brazos abiertos. Aseguran allá, que lo que quiere Vielma es ganar puntos con el gobierno central.
Sea lo que sea, lo cierto es que las lenguas mal administradas hacen daño. Los que hablan en público debieran encomendarse al Espíritu Santo para no meter las de caminar con cada palabra, pero dudo que el Espíritu Santo quiera meterse en esos gallineros, porque le ensucian su plumaje blanco.