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Tragar entero
 Raras veces la gente sabe lo que lee, raras veces piensa en lo que cree.
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Jueves, 10 de Septiembre de 2020

Ahora que me las tiro de escribidor, cuando tecleo lo hago en las mañanas escuchando música clásica y corrijo en la tarde con rock. Y con CD, sí, me quedé en el CD, me gusta ver la lista de las canciones, los autores, las fotos y tal. Pero cuando alterno con la radio no siempre sé de quién las composiciones, a menos que el locutor lo diga. Estando en esas, me aventuré en el dial —por cambiar, sólo por cambiar— y me topé con una emisora que ventilaba sevillanas, tal vez alguna seguidilla y otras de ritmos emparentados hasta que sonó una rumba catalana: “El muerto vivo, de Peret”, según la presentadora.

A ver, a ver, me dije. Esa vaina es de un colombiano. Tal vez la chica quiso decir que la interpretaba Peret, pero tal vez también daba por sentado —como mucha gente— que la composición es autoría del señor Pedro Pubill Calaf y no de Guillermo González Arenas. Acudí a su señoría World Wide Web, que todo lo sabe y todo lo sube, para enterarme de los antes nombrados y en muchas de sus entradas se le atribuye la tonada, por omisión o por suposición, al señor nacido en Mataró, Cataluña. Y como muchos tragamos entero y sin digestión cerebral, pues parece que (al menos en España, donde triunfó la versión de Peret) esa es la verdad. Pero si nos diera por explorar y leer un poco más, en efecto, letra y música son del compositor y arreglista de Manizales, Caldas. Rolando Laserie la cantó con su toque, las orquestas tropicales la tocaron con el suyo y hasta Sabina y Serrat se le midieron, además los heavy metal de Metallica hicieron un arreglo forzado en el estadio olímpico de Barcelona.

Eso pasa. Eso está pasando. Unos crean y cranean, otros interpretan, otros callan, suponen, tergiversan o se aprovechan. Otros cortan y pegan. Y muchos engullen sin masticar. La historia de El muerto vivo sólo es un ejemplo al aire de lo que se consume en web, en redes o en medios parcializados, además de los millones de contenidos dudosos que se eructan a cada minuto. Corte, pegue, remiende y atribuya, sin filtro, sin contraste, sin rigor, con sesgo. Ni qué decir de lo que sale por boca de gobernantes legítimos y por deslegitimar, quienes intentan convencer a sus pueblos y a veces lo logran. Si hay rumiantes que no regurgitan, inventemos verdades. Si hay verdades evidentes, neguémoslas, que siempre habrá quien nos crea.

Para terminar con el chisme —porque lo es— cuentan que la canción nació cuando el compositor en cuestión cogió el periódico cualquier día y leyó la noticia acerca de aquel obrero de una empresa cementera, que en plena época prenavideña recibió su sueldo, su prima y —como a muchos colombianos con plata extra en el bolsillo— lo primero que se le ocurrió fue una cerveza. O mil. Y el mancito desapareció entre las nieblas de la juma y ante la ausencia de días, su madre fue a buscarlo a la morgue de Medellín y comprobó al ver una cicatriz inigualable en la rodilla, que el cadáver era igualito a su hijo. Punto. O puntos suspensivos, porque no encontré mucho más, aunque es de intuir que el tipo apareció con su resaca días después y se armó el despelote; de ahí vendría el interés periodístico y luego la creación del compositor. Realidad por un lado, y un batido de ficción por el otro. Otra cosa es tanta basura pendiendo de la telaraña de Internet.

Eso pasa. Eso está pasando. Raras veces la gente sabe lo que lee, raras veces piensa en lo que cree. Y raras veces algún borrachín muere de mentiras, raras veces su madre lo confunde y raras veces se hacen buenas canciones. Y muchas veces los sobrios escriben majaderías que a ningún ebrio se le pasarían por la cabeza.  

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