A José Abel Rangel
No pude aceptar la invitación de unos amigos a acompañarlos en las fiestas de Toledo, Norte de Santander, que por estos días anda de cumpleaños. Me quedé con las ganas, porque yo sé lo sabroso que es ir a Toledo en cualquier época del año, pero sobre todo en tiempo de fiestas y más aún, siendo temporada decembrina.
Me excusé, pero tuve que prometerles que iré en próxima oportunidad, aunque no sea en fiestas. Iré y les pondré la teja durante varios días, hasta que tengan qué mostrarme el camino de regreso y con disimulo me vayan diciendo que ya está bueno de tanta gorra.
Hago la aclaración de que se trata de Toledo, Norte de Santander, pues en España también hay otra Toledo, pero allá nadie me invita, o, al menos, nadie me ha invitado hasta ahora. Como las esperanzas son las últimas que se pierden, pueda ser que algún día, tal vez, de pronto, quién sabe.
Nuestra Toledo es una hermosa población, de gente amable y generosa, de la que se enamora todo el que la visita, y a veces sin conocerla, como me sucedió a mí. Alguna vez, hace ya varios años, el escritor Juan Manuel Ramírez Pérez me regaló su libro de poesía Ileso Albedrío, donde encontré un poema corto titulado Por el camino de Toledo, que empieza: “Hilo de luz en la montaña/ prisa del agua al verde…”, y me dije: Algún día tengo que conocer esta población y viajar por su camino para ver en la montaña ese hilo de luz y para tratar de entender esa prisa que va del agua al verde.
El libro me lo regaló Juan Manuel en 1978, en Bogotá, y cuando, años después, pude visitar y conocer a Toledo, supe por qué la región toledana sirve de inspiración a poetas, músicos y pintores. He vuelto varias veces y cada vez me convenzo más de que se trata de uno de los pueblos más hermosos de nuestro departamento.
Para quienes nacimos y nos criamos en medio de cafetales, es nostálgico y placentero a la vez llegar a una población donde se le ha dado al café toda la importancia que merece. Allí se cultiva el mejor café del mundo, según dicen los toledanos. Que no me oigan los amigos de Salazar de las Palmas, ni los de Chinácota, ni los de Las Mercedes, pues en todas partes dicen lo mismo, orgulloso cada pueblo de su propio café.
Lo que pasa es que en Toledo han tomado una ventaja. Su café se exporta a Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Francia y algunos países de Asia. Cafeteros de Toledo y de su vecina Labateca se unieron y formaron una empresa exportadora de café de primera calidad. Bonito ejemplo el de estos dos pueblos, que dejaron de mirarse feo, y se hermanaron, como debe ser.
Pero más que el café y más que los paisajes, es su gente la que hace que Toledo sea un pueblo encantador. Amables, fiesteros y de corazón grandote, los toledanos procuran que el forastero se sienta como en su propia casa. Le brindan atenciones y le dan cariño. Estrechar la mano de un toledano es sentir el calor de la verdadera amistad. Recibir la sonrisa de una toledana es acercarse al mundo de la ensoñación.
En 1886, hace 130 años, Toledo fue elevado a la categoría de municipio. Desde entonces, su desarrollo ha sido pujante. Algunas veces lento, otras veces con múltiples tropiezos, pero la voluntad y el empuje y la garra de sus habitantes la han colocado en sitial de honor dentro de los pueblos nortesantandereanos.
Cuando vaya, espero recorrer con mis viejos amigos toledanos su calles anchas, ir a la casa de mercado, comer carne asada en las cocinas populares, saborear su café tipo exportación y tomar guarapo sabroso en las tiendas del pueblo. Y sobre todo, sentir el abrazo cariñoso de toledanos y el apretado de las toledanas. ¿Pa´qué más?