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Tener la razón, perdiéndola
A propósito de las circunstancias actuales y si quisiéramos asociar y desmenuzar la frase.
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Viernes, 12 de Junio de 2020

“El sueño de la razón produce monstruos” es un grabado de Goya que muestra a un hombre (tal vez él mismo) dormido en una silla y recostados cabeza y brazos sobre un cubo o una mesa de trabajo que en el lado frontal anuncia el título de la obra; al acecho del tipo revolotean búhos y murciélagos y un lince echado en el suelo, mirando alerta la escena.

Como suele suceder con las artes, son susceptibles a interpretaciones de críticos y conocedores, que criticarán mucho y conocerán mucho, pero desconocen las verdaderas intenciones del artista, que en este caso nos abre el camino desde el título, desde la palabra y nos deja desnudos ante nuestro conocimiento, ante la intuición y nuestra sensibilidad. 

A propósito de las circunstancias actuales y si quisiéramos asociar y desmenuzar la frase, podríamos asegurar que en las recientes semanas la humanidad ha entrado en una especie de “sueño”, de letargo, hasta de pesadilla y ha sido acechada por búhos sabiondos, por murciélagos sospechosos y por los linces de siempre. Una modorra impuesta donde muchos despiertos han hecho agostos y otros más listos, insomnes, no pierden minuto para el desafuero y el atropello. Y la población entera, aterida, como zombis asistiendo al espectáculo por la portentosa ventana de las pantallas.

La “razón” sería la palabra clave; la razón como capacidad de entendimiento, como demostración de algo o simplemente como creencia de “estar en lo cierto”. Aristóteles, Hume, Nietzsche, o una sicóloga o algún dialéctico actuales nos podrían dar clases enteras sobre el asunto, pero seguro que la mayoría (incluido quien escribe) preferiríamos salir a tomar una cerveza.

Y “monstruos”, por sí decir matachos, que se crecen y se creen, que imponen y vociferan y ni siquiera sueñan con tener la razón, porque ellos la tienen. Verbi gratia —dicen los profesores— un presidentiño que cual percherón (perdón señor caballo) tiene muy bien puestas sus anteojeras y no puede mirar sino hacia un lado, su lado; o acaso no la tiene el señor del copete yellow que la inyecta a medio país de borregos (perdón señoritos corderos) que sin procesar la regurgitan en sus redes y vecindarios.

“Dios nos libre de todo mal y peligro” decían las abuelas. De malos sueños, de sueños en despierto; de monstruos, espantajos y tarascas; de razones encubiertas y razones testarudas. Según Kant, en el campo teórico, el uso de la razón propicia juicios y en el práctico, mandatos. No crean que tengo libros de Kant, tampoco de Cantinflas, esto me lo googleé; y como también veo películas, Unamuno dizque dijo “venceréis pero no convenceréis” aduciendo a la falta de razón en el ejercicio de persuadir, antesala de la certidumbre.

Pero volvamos al peatón que somos mayoría, quienes pretendemos tenerla en el café, en el bar, ante el televisor, en la mesa, en el colchón, desde el balcón; tenemos la razón porque la tapa del inodoro esto y porque el gobierno lo otro; porque la vecina piensa esto, si lo cierto es que; y medimos en los demás sus dos dedos de frente y nos atornillamos a convicciones sin siquiera tener la valentía de ponerlas en duda.

Esperando no estén tan adormilados como el genio pintor, acudo y les exhorto a explorar el refranero popular (que suele estar en lo cierto) el cual dice cosas como que “buena razón quita cuestión” o “con pistola a discreción cualquiera tiene razón” o que “la razón —simplemente— es de quien la tiene”.

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