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Sonría, carajo
¿No cree usted que estas son algunas pocas razones para sentir que el día es bueno?
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Jueves, 30 de Marzo de 2023

-Buenos días- le dije al vigilante de la entidad de salud a donde fui a una consulta médica. Ni siquiera me miró. Pensé que tal vez no me había escuchado y le insistí:

-Buenos días, amigo. –Le añadí el “amigo” porque, aunque dicen que “amigo el ratón del queso”, a veces esa palabra tiene efectos mágicos. Pero esta vez tuvo otro efecto:

-Súbase el tapabocas, señor –fue su saludo.

Como yo en ocasiones soy terco, volví a saludarlo, esta vez con la certeza de que el tipo estaba insaludable. Tal vez la mujer no le había dado desayuno esa mañana, o se le fue el agua cuando estaba enjabonado en la ducha, o no tuvo plata para darle a la niña para las onces en el colegio. Cualquier cosa pudo haber sucedido, lo cierto es que el tipo estaba arrecho.

- Buenos días-, le dije de nuevo, masticando bien mis palabras, despacio y duro. Si Jesús cayó tres veces, camino del calvario, ¿por qué yo no podía saludar tres veces a un amargado?

-¿Qué tienen de buenos? –fue su lacónica respuesta.

Definitivamente, el palo no estaba para cucharas. En el fondo, le di la razón al vigilante. La seguridad en las calles nos está golpeando duro. La carne y la yuquita van palo arriba, por el camino de las alzas. Los choferes reniegan del precio de la gasolina. Los policías dicen que se sienten huérfanos de respaldo del gobierno. Los   indígenas amenazan con sus bastones de mando, los narcos se mueven a sus anchas y Petro no da pie con bola en eso de gobernar. ¿Qué de bueno puede tener un país que así amanece?

Me acordé de aquel que dijo que todo depende del color del vidrio de los espejuelos con que uno mire la cosa, miré a la esquina, y allí tirado en el andén había un habitante de la calle. Se lo señalé al vigilante, y con voz carismática como la del Papa Francisco, le dije:

-Vea usted: Ese hombre tirado en la cama seguramente no comió anoche, y usted sí. No durmió en lecho, y usted sí. No tiene hogar, y usted sí. No tiene trabajo, y usted sí. ¿No cree usted que esas son algunas pocas razones para sentir que el día es bueno?

En ese momento, como mandada por Dios, llegó a consulta médica una  viejita a la que llevaban en silla de ruedas. “Mire, -seguí con la cantaleta: algo aprende uno de la mujer-: A esa señora le falta una pierna, no puede moverse por sí sola. Usted está todo completo y no necesita que lo lleven. Usted vio que yo no llevaba el tapabocas bien puesto, o sea que puede ver. Seguramente aquí llegan algunos ciegos.  Y habla, amigo, usted habla y siente. ¿No es bueno su día? Por eso hay que saludar -yo estaba envalentonado.- Ojalá pudiera sonreír, pero por lo menos salude a los que aquí llegan, y el día será más alegre para todos.

El tipo se quedó callado ante la contundencia de mis razonamientos, y de no ser porque se me hacía tarde para cumplir la cita médica, le hubiera seguido cantando la tabla. Cuando terminé, una docena de enfermos que  estaban allí alrededor nuestro, aplaudieron mis palabras. Yo me sentí como político después de su discurso veintejuliero, y agradecido les estreché las manos, diciéndoles. “Hay que saludar, hay que sonreír, carajo”.

Se me acercó un paciente y me dijo: “Qué bien, señor. ¿Usted es petrista? ¿Eso es la paz total?”. Casi me amarga el rato, pero le sonreí y quedé aliviado.

gusgomar@hotmail.com

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