No recordamos el momento en que llegamos al mundo. Pero hay algo que siempre ha estado ahí, incluso antes del primer latido fuera del vientre: Alguien dijo “sí” a nuestra vida.

Ese “sí” fue más fuerte que el miedo. Más fuerte que la incertidumbre. Más fuerte que todo lo que no estaba resuelto.

Fue tu madre. Con sus luces y sus sombras. Con sus propios vacíos y cicatrices. Pero eligió continuar.

Tal vez no fue perfecta. Tal vez te dolió más de una vez. Y sí, puede que aún lleves marcas de momentos que no sabías cómo procesar.

Pero estás aquí. Y eso lo cambia todo.

Porque ahora, ser feliz… es tu decisión.

Ya no se trata de seguir repitiendo lo que dolió. Ni de cargar historias que no son tuyas. Ni de quedarte en el rol de sobreviviente.

Ahora se trata de florecer. De tomar cada herida y convertirla en ala. De mirar atrás, no para quedarte, sino para entender de dónde vienes… y decidir con firmeza a dónde vas.

Tu mamá no necesita homenajes vacíos. Necesita verte bien. Plen@. En paz. Capaz de decir: “Gracias por darme la vida. Ahora yo me encargo de vivirla”.

Hazlo por ella. Hazlo por ti. Hazlo por todos los que vendrán después de ti.

Porque el mejor regalo que puedes darle… es ser feliz. De verdad.

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