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¿Quién responde por la niñez en Colombia?
Su muerte nos golpea porque desnuda lo que muchos prefieren ignorar, que los niños en Colombia noestán seguros en ninguna parte.
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Viernes, 5 de Septiembre de 2025

Cada vez que un niño en Colombia sufre violencia, la pregunta que queda en el aire es lamisma, ¿quién responde? La verdad es dolorosa, en las regiones apartadas, en los barriosolvidados e incluso en instituciones que deberían protegerlos, nuestros menores viven en unestado constante de riesgo. Están expuestos al abandono, al abuso y a la indiferencia de unpaís que no ha entendido que cuidar a los niños no es un gesto de caridad, sino unaobligación moral y legal.

El caso de Valeria Afanador es un reflejo doloroso de esta tragedia nacional. Su historia noes un accidente aislado, es el retrato de un país que les falla todos los días a sus niños.Valeria pudo haber sido cualquier menor de los que juegan en nuestras calles, estudian ennuestros colegios o esperan atención en instituciones que no cumplen su misión.

Su muerte nos golpea porque desnuda lo que muchos prefieren ignorar, que los niños en Colombia noestán seguros en ninguna parte. Ni en sus casas, donde muchas veces la violencia se esconde tras las paredes; ni en los colegios, donde el acoso y los abusos pasaninadvertidos; ni en los hogares de protección, que tantas veces se convierten en escenariode nuevas vulneraciones.

¿Quién responde por ellos? Nadie. O, al menos, nadie con la contundencia que debería. ElEstado se limita a lamentar las tragedias cuando estallan en los medios de comunicación;las familias muchas veces callan por miedo, vergüenza o dependencia económica; lascomunidades deciden mirar hacia otro lado porque “no es problema mío”. Y mientras tanto,los niños siguen siendo víctimas de una violencia silenciosa, repetitiva y devastadora.

En el campo, los menores crecen rodeados por la amenaza del reclutamiento, la explotacióny la pobreza. En las ciudades, se topan con el abandono institucional y la falta deoportunidades. En ambos escenarios, el resultado es el mismo, niños sin infancia, sinprotección, sin futuro. Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar historias de maltrato, deabuso y de abandono. Esa insensibilidad colectiva es, quizás, el crimen más grande detodos.

No podemos seguir normalizando lo innombrable. El abuso sexual contra un menor no esun error, es un crimen atroz que destruye vidas enteras. Y, sin embargo, en este país losvictimarios saben que tienen grandes probabilidades de evadir la justicia. El sistema judicial,con sus vacíos y su lentitud, termina protegiendo más al agresor que a la víctima.

Y lo quees peor, cuando finalmente hay condena, las penas resultan insuficientes. ¿Cómo explicarlea un niño violentado, o a su familia, que su agresor saldrá libre en pocos años? ¿Cómojustificar que alguien que destruyó la inocencia de un menor vuelva a caminar por lasmismas calles donde puede repetir el crimen?

Por eso, la discusión sobre la cadena perpetua no puede seguir siendo postergada nimaquillada con discursos técnicos. Quien viola o abusa de un niño renuncia a cualquierderecho a la indulgencia. La cadena perpetua es un acto de justicia y de protección social.Es enviar un mensaje claro de que en Colombia los niños no se tocan, de que la infancia esun límite inviolable. Cada agresor tras las rejas de por vida será, al menos, un niño menosen riesgo.
Algunos dirán que las penas ejemplares no solucionan el problema de raíz.

Y es cierto quenecesitamos prevención, educación, fortalecimiento de las instituciones y apoyo integral alas familias. Pero mientras avanzamos en esos procesos que toman tiempo no podemosdejar que los criminales sigan destruyendo infancias con total impunidad. La cadenaperpetua es, en este momento, una herramienta indispensable para proteger a los menoresy para devolverle algo de confianza a una sociedad cansada de llorar tragedias repetidas.

La historia de Valeria Afanador debe ser un punto de quiebre. No podemos permitir que sunombre se sume a la larga lista de víctimas que pronto olvidamos. Necesitamoscomunidades vigilantes, familias comprometidas, maestros atentos, institucionesresponsables y un Estado que actúe con verdadera prioridad.

La protección de los niños noadmite excusas ni dilaciones.
Cada niño que crece protegido, amado y acompañado es una semilla de futuro paraColombia. Cada niño violentado, en cambio, es una herida profunda en el alma de la nación.Y demasiadas veces esas heridas quedan abiertas, sin sanar, porque nos acostumbramos ala tragedia. No podemos seguir así.

Hoy, más que nunca, debemos convertir la defensa de la niñez en un pacto colectivo. Queningún niño en este país vuelva a estar solo, que ningún grito de auxilio quede sinrespuesta, que ninguna familia se sienta abandonada frente al dolor. Porque si fallamos encuidar a nuestros niños, no solo estamos condenando su presente: estamos hipotecando elfuturo de toda la nación.


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