En esta época del año, así el año sea el que nos tocó, gran parte del orbe empieza a pensar en pedir cosas y deseos que no son cosas. El niñerío, por ejemplo, recibirá la avalancha de anuncios con juguetes jugables, brillantes, veloces, rodantes, armables, desmontables y videojugables, futuros cachivaches que exigirán a sus padres, que si soportan la cantaleta o el chantaje o la inminente denuncia, vaciarán sus tarjetas plásticas para darles gusto. (Los que aún pueden). La juventud, por otra parte, se decantará por pedir aparatos tecnológicos que no compran hace cuatro meses y que ya consideran obsoletos (se incluyen algunos adultos) o hartarán sus armarios con la colección de invierno donde haga frío, o la tendencia de verano donde haga calor. La gente grande cruzará regalos que no ha pedido ni le han solicitado y que en la mayoría de los casos se harán con predecible desatino. En cambio algunos resignados esperaremos eso sí con entereza, los tres pares de calcetines acostumbrados, por fortuna otros, no los mismos del año anterior.
En cuestión de deseos, peticiones, ruegos o exigencias, se diría que todo sigue igual que siempre si no fuera por la sobredosis de productos, subproductos, complementos, caprichos y veleidades, si no fuera por la fertilidad de mensajes y cartas y rituales para hacer que tantas apetencias sean recibidas, debidamente filtradas y satisfechas con suficiencia a la parroquia insaciable. Con todo y prediciendo lo que me tocará en suerte, tengo mis aspiraciones, que comparto para quienes las quieran hacer propias y agregarlas a sus listas particulares. Peticiones que haré llegar por los medios adecuados al Niño Dios, a Papá Nöel, al Tió de Nadal y a los pajes de sus Majestades los Reyes Magos, así el primero esté en pañales, el otro chocho y obeso, así el tercero aún no traiga una Cataluña libre bajo su manta y los restantes cuenten con el desprestigio de las monarquías.
En el apartado de posesiones físicas, quiero:
Un chaleco de lana gris, abierto y con botones, como el que perdí en el 89.
Un peón y un alfil negros dados de baja, y no hablo de violencia racial aunque le encaja.
Un set de placas solares para encender la pasión, es que últimamente…
Un reloj que dé la hora en que el rubio del copete se vaya a jugar golf para siempre.
Un rastreador para localizar el paradero de Juanqui I para plantearle un bísnes.
Un detector de traficantes de personas, al parecer son invisibles.
Un localizador de dirigentes de personas, al parecer son inservibles.
Un cubo de hielo descomunal para el ártico y uno chiquito para mi ron.
Una cervecita cuando tenga sed, y sed cuando tenga cervecita.
En el campo de los deseos terrenales, preferiría:
Un dolor de cabeza tres veces al mes y no tres veces a la semana.
Que los delfines presidenciables se arrepientan, eso de ser expresidente es aburridísimo.
Un amigo parecido a mí, para encontrarnos y caminar en silencio.
Que Dieguito ni resucite ni se muera otra vez.
Tres verrugas menos en la espalda y dos lunares en los cachetes.
Que las compañías telefónicas no sean tan ruines, aunque no podamos sufrir sin ellas.
Dos rinocerontes negros, hembra y macho, y estoy hablando de extinción.
Que no prosperen las superfusiones bancarias. (Soñar no cobra intereses). ¿O sí?
Que el famoso virus fastidioso, como muchos fastidiosos famosos, goce de buen retiro.