Hace poco leí en uno de los diarios regionales una columna firmada por un abogado sobre un caso que adelanta en contra de personas que atacaba en su escrito y pensé que esta es una utilización indebida de un medio y un abuso de la libertad que le concede como columnista. Lo mejor sería que se abstuviera de utilizar sus columnas para ventilar información que va a aprovechar en el ejercicio de su profesión. Por lo menos debería declarar su conflicto de interés.
Los que ejercen otras profesiones o los que escriben sobre algo que los beneficia están sujetos a esas mismas reglas y por lo general las respetan, excepto en el caso de jefes de gremio o de empresarios que escriben en contra o a favor de políticas pública. Esto, siendo censurable, no es tan grave como hacerle daño a la reputación de alguien en una columna para obtener resultados en un juicio.
Los medios de comunicación y la opinión pública deben estar alerta a este tipo de intervenciones en las noticias. Lo hace necesario el auge de los penalistas “mediáticos”, a los que se les otorga ese calificativo porque sacan los casos que se les asignan de la órbita de los tribunales y los pasan al ámbito de los medios, en donde no hay debido proceso ni se presume la inocencia, y tienen más posibilidades de manipular opinión y de crear percepciones equivocadas o sesgadas que favorecen a sus clientes.
Los penalistas tradicionales no ven con buenos ojos estas prácticas porque inclinan la balanza a favor de los abogados que tienen mayor acceso a los medios, que cultivan acuciosamente.
Pero cada vez hay más penalistas que acuden a ellas por estar en desventaja si no lo hacen. Esto ha hecho que la justicia penal se parezca cada vez más a un circo o a un reality. Y cada vez es más difícil preservar el debido proceso y proteger a las partes que no cuentan con apoderado “mediático”. Esto ha elevado los honorarios de ellos a niveles astronómicos y les concede el privilegio de “tener hasta para dar y repartir”, lo que les abre muchas puertas.
La línea divisoria entre lo que son buenas y malas prácticas es muy tenue y es por esa razón que los medios deberían ser reacios a dejarse utilizar. Pero si se avienen a ello para atraer audiencia, dar la primicia o cualquier otra razón deberían tener principios, procedimientos y filtros explícitos que protejan a las personas o instituciones de una intervención malintencionada de estos abogados.
Algo que algunos de ellos han aprendido a manejar con suma destreza es la creación de cortinas de humo. Cuando su cliente ha sido sorprendido con las manos en la masa y se produce un escándalo destapan otro más grande, se lo inventan, o reviven otro con titulares engañosos e información refrita incompleta. Los medios son el escenario en el que arman estos espectáculos y no pueden ser indiferentes a ellos o a sus consecuencias, y mucho menos acolitar sus travesuras. Lo mínimo que deben hacer es comprobar que la información que se divulga es cierta. Esto no lo hacen muchos de ellos porque quieren dar la chiva o por otras razones y de ahí se deriva el gran éxito de estos profesionales y el gran daño que pueden hacer. Es una forma de corrupción de alto nivel que se hace pasar como el atributo de tener acceso.