Para el futuro, incierto escenario que los dioses se empeñan en no dejarnos conocer, lo que nos ha dejado como experiencia el manejo de la COVID-19 estará documentado. Libros extensos saldrán diciendo a gobernantes y ciudadanos, a médicos y administradores, economistas y politólogos, qué es lo que se debe hacer si una nueva pandemia nos visita, cosa que no parece lejana. Por supuesto los asuntos sanitarios serán lo principal: si se evitó bien el contagio; si debía evitarse o no; cuál es el nivel ideal de reservas en UCI, ventiladores y otros artilugios y medicamentos para enfrentar la enfermedad; cómo tratar las vacunas de virus que todavía no nos han atacado y cómo mejorar los tiempos de producción y distribución masivas, amén de sistemas universales de aseguramiento para que la población del planeta tenga acceso generalizado. La oportunidad y el grado de cierre y apertura de la economía, será el segundo tópico más comentado. Fortalecer la respuesta multilateral estará en esas recomendaciones para propiciar la reacción genética de los futuros humanos a amenazas globales como la que hemos vivido.
Habrá que valorar los resultados de las medidas y las consecuencias de los énfasis por países, regiones y ciudades. La evaluación de las cuarentenas estará de moda: los países que no las adoptaron tempranamente, al final del día se recuperaron más rápido que los que, como Colombia, las ordenaron masivas y largas, de las más largas del mundo. Pero a la hora de escribir estas líneas, los que se estaban aliviando vuelven a decretarlas, o lo sugieren, dados los números de contagiados nuevamente al alza sin que la vacuna esté próxima a salir para ser aplicada. Nosotros que nos demoramos en masificar el contagio por las cuarentenas, parece que hemos llegado al pico de la enfermedad y con los recursos necesarios para atender a los pacientes que se compliquen; hemos multiplicado nuestras UCI y nuestros respiradores, amén de un poco mejor trato al personal de salud que, debemos reconocerlo, ha dado ejemplo de dedicación y eficacia; en ese corredor del prestigio lo acompañan nuestros campesinos y empresarios rurales: nada nos ha faltado como nación en materia de alimentos, a precios estables en medio de la crisis.
Datos duros disponibles para los EE. UU. muestran una conclusión, si bien preliminar, que es diciente: las cuarentenas no disminuyeron mucho la crisis y las reaperturas no la agravaron significativamente. Por ello, para el futuro no deberá dejarse en manos de las autoridades locales la exclusividad y discrecionalidad de las decisiones en materia de aislamientos, cierres y aperturas. Me parece que las decisiones tomadas por el Presidente Duque han sido correctas en cuanto a lo sanitario: nos dieron tiempo para abastecernos y eso ha permitido mantener las tasas de mortalidad de la COVID en niveles bajos globalmente comparadas. Pero la decisión de no actuar como país y, después de autorizar a alcaldes y gobernadores para que administren los cierres y aperturas, buscar en sus decisiones la causa de que el virus se haya extendido más o que la economía se haya dañado más, no es un análisis científico sino un juicio político. En estas emergencias, los gobiernos locales y el nacional deben ser uno solo y responder a análisis objetivos en materia sanitaria y económica. Todos los servidores públicos involucrados deberían tener parámetros medibles para sus decisiones y las herramientas ser compartidas. Así, el alcalde de Salamina, Caldas, no tiene cómo decidir bien un cierre o una apertura; el gobierno central puede que sí. Es la raíz de las peleas entre los Palacios de Nariño y Liévano que estoy seguro se repiten en otras alcaldías y gobernaciones menos ilustres. No hay que hacer cálculos electorales ni aprovechar para ganar prestigios o tratar de quitarlos.
¿Cuándo decidiremos juntarnos frente a amenazas comunes? ¿Cuándo habrá líderes que lo logren?