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No hay con quien
El triunfo de Petro más que representar un cambio de régimen en realidad es una profundización brutal del mismo.
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Sábado, 3 de Septiembre de 2022

El triunfo de Petro más que representar un cambio de régimen en realidad es una profundización brutal del mismo, pero lo más impactante es que mostró que tan impregnado está el imaginario colectivo de los principios del régimen.

Para la inmensa mayoría  colombianos y para todos los que tienen relación con el estado como empleados o contratistas del estado en todos sus niveles, nacional, regional, municipal, descentralizado, empresas del estado y demás, y más aún, para los que hacen política electoral y en las elecciones se presentan indistintamente a cargos legislativos o ejecutivos, el estado en Colombia es todo. Como consecuencia de ello, para muchos hay que estar en el estado a como dé lugar para tener “trabajo”, pues estar lejos de él es condenarse al rebusque. Para los profesionales de la política el estado es el botín por lograr. Para calmar a la multitud, los politizados entes de control lanzaran cada cierto tiempo un “cristiano” a la multitud para despedazar.

Por esa tara cultural provocada por un régimen rentista y excluyente, hablar de desarrollo es como hablar griego. Es hasta cómico ver la cara de un político profesional cuando usted le habla de proyectos de desarrollo. Se queda mirándolo a uno entre compasivo y desconcertado, como si le estuvieran hablando de mecánica cuántica. Y la respuesta es “así no se hace política, hay que buscar unos líderes que nos pongan votos y alguien que maneje redes y decir lo que la gente quiere oír”. Y si usted se ganó el baloto y se encontró uno que le pusiera cuidado, le responde “pero no sé si haya plata para eso”, porque es sobreentendido que todo lo hace el estado, pues del sector privado solo se habla para impulsar emprendimientos, claro, financiados por el estado y guiados por este. El desarrollo económico de una sana economía de mercado desapareció del argot colombiano.

Hoy en Colombia es progresista oír diálogos de los años 70 del siglo XX cuando todavía estaba el muro  de Berlín, Mao producía hambrunas en China y las torres gemelas presidian el  paisaje de Manhattan en Nueva York. Se oía a alguien hablar que el pueblo debía rebelarse contra la explotación capitalista y montar un estado de iguales. Cuando cayó el muro y la economía china creció al adoptar la economía de mercado, ese discurso paso a ser un souvenir como los pedazos de muro que hoy venden todavía en Berlín. Lo impactante es oír a la vicepresidenta actual de Colombia usar ese discurso fósil cincuenta años después. Y más espeluznante aún es que la mayoría lo “entiende”. Mientras el mundo habla de nuevos paradigmas de la ciencia de la complejidad, el planeta enfrenta un debate ético de magnitudes cataclísmicas cuando es una realidad la edición genómica que permite “hacer” superhombres, un viejo sueño de Hitler, la revolución de la información y la convergencia tecnológica hace que estemos ad-portas de un mundo r
obótico, en Colombia seguimos en el mundo jurásico de los años 70.

El único parangón que uno encuentra a la realidad del país hoy, que como efecto colateral produjo una hemorragia de “progresistas” que estaban el closet, siendo el caso más aberrante el de Rudolf Hommes que se declaró izquierdista neoliberal, frase que solo se equipara a la de hombre con hombre y mujer con mujer, es la alegoría de la caverna de Platón. Se siente una sensación de sopor mental vivir en el 2022 y oír los discursos de los años 70. 

Pues bien, yo pensé que para las elecciones locales del año entrante y después de la hecatombe petrista, los políticos no izquierdistas iban a montar una estrategia para recuperar credibilidad, pero, y parece ser un problema de “inocencia tardía” mía, los políticos están buscando líderes para buscar votos y haciendo alianzas con todo tipo de adversarios para ver si logran “alguito” en los próximos comicios. 

Nada cambia así todo cambie. Definitivamente, no hay con quien.

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