
Viendo un documental sobre el último zar de Rusia, la frase más lapidaria que he oído sobre un gobernante es la que hacen sobre Nicolás II y su esposa Alexandra, al decir que eran: “negligentes a un grado criminal y penalmente incompetentes”. Penalmente incompetentes no se refiere a que fueran interdictos, sino a que su incompetencia era casi dolosa. Escoger entre un corrupto y un funcionario perfil Nicolás II, es como querer escoger entre que lo muerda un jaguar o lo pique una culebra mapaná. Si además, la persona es la suma de los dos, el daño no es la suma de las partes, es exponencial.
El problema es que cuando un estado se degrada con una justicia inoperante e ideologizada, un legislativo vende votos y un ejecutivo sin una visión de desarrollo, los funcionarios que llegan al gobierno usualmente están entre estos especímenes: el corrupto irredento y el negligente cuasicriminal. Elegir ultra ineptos (incompetentes y negligentes) no es preferible a elegir corruptos profesionales: por dos caminos diferentes logran el mismo resultado, la destrucción de un modelo social y político sostenible.
La incompetencia negligente no es solo no tener las competencias para un trabajo, sino estar orgullosos de eso. Casos de ineptitud criminal en la historia hay muchos, incluyendo algunos Nobel de paz. La política de apaciguamiento de Neville Chamberlain permitió el fortalecimiento de Hitler y hacer que la segunda guerra fuera tan larga y total, como fue. Sultanes, reyes, autócratas y generales ineptos debieron ser “eliminados”, aunque el daño que muchos produjeron fue irreversible.
Las macro burocracias son un buen nido para incompetentes y negligentes. Sus características son: hacen gala de su poder, pero son incapaces de imponerse por la autoridad que trae el conocimiento, el carácter y la experiencia;en muchos casos son amorales, solo cumplen ordenes sin medir su valor moral; son influenciables en grado sumo y aceptan todo tipo de alabanzas y “consejos”, sin poder discernir que buscan sus “consejeros”; son afectos a los rituales, y por eso, si para ellos se crean rituales de aislamiento, los aceptan; son crueles en muchos casos y no les preocupa el dolor ajeno; deciden por emociones y no por racionalidad.
El incompetente y negligente ideologizado es el summum de la incompetencia criminal y lo estamos viendo en la administración de Gustavo Petro, con Primeras Líneas y activistas haciendo de “funcionarios”, dedicados a las consignas ideológicas y a la corrupción rampante. Sus límites morales, están corridos a si su proceder sirve a la “lucha”; son los orgullosos defensores de todas las formas de lucha. No son demócratas, solo se sirven de sus formas para llegar al poder y así torcerle el cuello a la democracia liberal; ellos solo creen en la “democracia popular”, un invento lingüístico para el estado narco-socialista.
Los incompetentes es el caso común de los burócratas, quienes no consideran que se deban a los ciudadanos y sus necesidades sino a sus jefes políticos que les dieron el cargo. En Colombia es común el caso de un secretario de tránsito que después ocupa una seccional del sistema de salud y luego es personero. Para al menos dos de los cargos no está apto, pero está dispuesto a permanecer en cada uno, no por su capacidad sino por su “leal trabajo político”. La negligencia es además por falta de carácter.
Al sumar incompetenciay negligencia adobadas con ideologización, en número importante y bien distribuidos por el Estado, se obtiene un sistema de hacer daño de carácter grave. Groucho Marx, el cómico estadounidense, decía “todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda”. Estos personajes son ilegales, inmorales y sufren de los siete pecados capitales, en particular la avaricia, la envidia, la soberbia y la pereza. Pero si el jefe es el ejemplo perfecto de ese personaje, sus subalternos buscaran imitarlo, haciendo del estado un paraíso de ineptos e incompetentes hasta un grado criminalmente doloso contra la sociedad inerme.
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