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Monólogo del megáfono
Apareció un man en Cúcuta, que me tomó, me probó y me hizo su aliado.
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Miércoles, 8 de Enero de 2020

Empezó mi cuarto de hora, y créanme, señoras y señores, que no lo voy a desaprovechar. No me fue fácil llegar al curubito, y ahora que estoy encaramado, van a saber, no sólo los cucuteños, sino todo el mundo, de lo que soy capaz.

Yo soy de creación reciente. Quiero decir que cuando Dios hizo el mundo, no me hizo a mí. No es cierto, pues, lo que dice la Biblia que en, una semana (sin festivos), Dios hizo el cielo y la tierra y todo cuando en ellos se contiene.

A mí no me creó. No creó el megáfono, aunque hizo la voz y la electricidad. Cuando, en el Paraíso, Eva se le perdía a Adán, (porque a veces las mujeres se pierden y no dicen para dónde van), el hombre para llamarla juntaba las manos  a manera de cuenco, las acercaba a la boca y a grito entero la llamaba. El grito se iba por entre los árboles, se formaba el eco y el nombre de Eeeeeevaaaaa se regaba por todo lo creado, hasta que Eva aparecía muy oronda, le daba manzana de la prohibida a Adán, y listo, ¡arreglado el asunto!

Eso fue en el Paraíso. Con el tiempo aparecieron las fincas cafeteras, entonces a los jornaleros los llamaban al almuerzo y al puntal, con un soplido en un cacho de res. La cocinera mayor salía a la loma desde donde se divisaba el cafetal, y a punta de soplar cacho los llamaba.

Después alguien inventó los parlantes, que había que instalar en lo alto de las torres o de los edificios, pero funcionaban con electricidad, y ahí era el problema porque en todos los pueblos no había electricidad.

Fue entonces cuando yo llegué a la vida. Yo vine a salvar al mundo. Yo fui la vía rápida para los problemas de comunicación  entre los humanos. Una corneta y un par de pilas. Y un tipo que grite. Sin embargo mucha  gente no confiaba plenamente en mí. Veían mis virtudes, pero tal vez me creían muy modesto, muy poca cosa. Hasta que sucedió lo que todos sabemos.

Apareció un man en Cúcuta, que me tomó, me probó y me hizo su aliado. El hombre tenía ganas de llegar alto, pero nadie lo escuchaba. Le temblaban las zancas y su voz era escuálida. Cuando nos topamos, se le iluminaron los ojos, las piernas le dejaron de temblequear y empezó a vislumbrar que conmigo, los sueños se le harían realidad.

Y así fue. Me tomó de la mano, me convirtió en su compañero inseparable, puso en mí todos sus afectos, hizo de mí su amante (en el buen sentido de la palabra) y se dispuso a vivir conmigo. Conmigo trajinaba todo el día, de esquina en esquina,  de barrio en barrio, calle arriba y calle abajo. Yo vivía a su espalda, debajo de su sobaco y cerca de su boca. 

Yo dormía con él. Y él dormía conmigo. Soñaba conmigo. Me buscaba con su mano y ahí me encontraba, al pie del cañón. En ocasiones lo escuchaba balbucear palabras (corruptos, corrompidos, zurrones…), y yo lo dejaba soñar con su futuro y con el mío.

Llegó el día D (Día Domingo) de las elecciones. No podía ser de otra manera. Ganamos. Él y yo. O yo y él. Jairo, sudoroso y cansado. Yo, gangoso, de tanto vociferar. Ningún otro candidato podía ganar: ellos no tenían megáfono. No contaban con mi complicidad.

Algunos creyeron que el nuevo alcalde era un desagradecido, que después del triunfo me mandaría al rincón de los chécheres, al cuarto de San Alejo. Les salió el tiro por la culata. Esa misma noche nos fuimos a celebrar al Rodizio. Los lagartos a la pata, pero él no me soltaba. Su discurso  de victoria no fue por radio ni por televisión. Fue a través de mis ondas megafónicas. 

Y ahí vamos, los dos junticos, los dos pegaditos. Ni siquiera cuando se subió a limpiarle la mierda de las palomas a Santander, me abandonó. Me terció a su espalda, y ¡hágale, mijo!

Le piden algunos al alcalde, que me done a algún museo, o que me subaste en oferta pública, para reunir los miles de millones de pesos que dicen que hay que cubrir. ¡Nanay cucas! Ya Jairito dijo que conmigo hasta el final, que de su hombro no me descuelga aunque se le dañe el manguito rotador. Porque  el alcalde  y yo somos uno solo,  hasta que la muerte nos separe. Somos el dueto perfecto: Él piensa y yo hablo. Y el que quiera alguna chanfa, debe estar bien con los dos: con el viejito y su megáfono, o al revés: Con el megáfono y su viejito.

gusgomar@hotmail.com
    

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