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Monólogo de la piyama
Porque esa es nuestra vida, llena de humillación y de bullying.
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Jueves, 8 de Junio de 2023

Alguna vez, hace ya muchos años, publiqué el monólogo de la piyama, una prenda que cada día -o mejor cada noche- entra en mayor desuso. Con estos calores de ahora, en que todo el mundo duerme en físicos cueros, tal monólogo cobra actualidad. Con algunos arreglos, recordemos  lo que decía para sus adentros una pijama, en ese entonces, por allá en el siglo pasado:

“Me tocó la infaustasuerte de servir de vestido, a la hora en que nadie quiere estar vestido. A excepción de los enfermos, los viejitos y los niños, a quienes empiyaman a la fuerza, para los demás mortales soy una prenda inútil, de quinta categoría, que puede ser reemplazada por cualquier otro trapo.

La costumbre de usar piyama se acabó con los años. Para los abuelos fui algo sagrado, infaltable en todo armario, al lado de las camisas blancas de cuello almidonado de los señores y de las camisolas grises de las señoras. Las telas con que me confeccionaban eran especiales, de rayas verticales, suaves para el descanso, agradables a la vista y fáciles de quitar en la oscuridad.

Pero las cosas buenas tienen vida efímera. Las sanas costumbres pasaron a mejor vida. Se acabaronlos sombreros, se acabaron las batas de baño y nos acabamos las piyamas.
En un comienzo, las pantalonetas se hicieron para practicar deportes, pero después las usaron para el uso diario y hasta para dormir. ¡Habrase visto! Hombres y mujeres decidieron dormir en pantaloneta, en flagrante violación de los buenos modales y en un craso atentado contra la higiene. Nadie, ni la Organización Mundial de la Salud, ni la Corte Internacional, ni la Procuraduría, nadie dijo nada en defensa de nosotras las humilladas piyamas.

Porque esa es nuestra vida, llena de humillación y de bullying. Los que nos usan, los pocos que aún nos usan, se avergüenzan de nosotras. Sólo servimos de noche. De día corren a escondernos debajo de la almohada. Y no sólo eso. Cuando la pasión alebresta a los usuarios, lo primero que hacen es despojarse de nosotras y nos tiran al piso o debajo de la cama o en cualquier taburete. Hacemos estorbo para esos menesteres, y con violencia se deshacen de nosotras.

Con el pretexto del clima cucuteño, hay gentes que prefieren dormir en paños menores y hasta en bola, con lo cual facilitan la tentación, la concupiscencia, el pecado. Y como la ocasión hace al pecador, cualquiera tienta más fácilmente (o se deja tentar) si no hay piyama de por medio.
En ese sentido puede decirse que yo represento la castidad, el bien y la virtud. Quienes no me usan, están expuestos a merecer el castigo divino, por indecentes, por groseros y por cochinos.

Para colmo de males, los reales académicos de la lengua, no pudieron ponerse de acuerdo para determinar si yo soy masculino (el pijama) o femenino (la piyama). A esta hora, en pleno siglo XXI, al igual que les sucede a muchas personas, no sabemos de qué sexo somos. Afortunadamente a nadie le ha dado por decir piyamas y piyamos.

Como ven, mi vida ha sido de angustia, de temor, de testigos oculares de ciertas conductas pecaminosas, de discriminación y ahora, de olvido.

El mundo caliente se olvidó de nosotras y moriremos engavetadas en el armario de las cosas inservibles. ¡Así paga el diablo a quien bien le sirve!

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