La vida ha sido injusta conmigo, conmigo cuyo único pecado ha sido hacer felices a quienes me comen. Pareciera que dar placeres no siempre es bien gratificado.
Para empezar, mi nacimiento se produce en medio de aceite hirviendo. Sin ninguna consideración me lanzan a la olla o al perol o a la paila, para que me achicharre. Cuando me pongo dorada por un lado, la cocinera me da la vuelta y me dora por el otro. Pero sin dejarme quemar. Porque el gusto está en saborearme, apenas crocante, apenas en mi punto, apenas sabrosita.
Y es que yo tengo mis secretos, que apenas comparto con la señora encargada de prepararme y de darme el exquisito sabor que me caracteriza. María Dolores, por ejemplo, es mi amiga. Desde la noche anterior ella empieza a pensar en mí y se duerme, al lado de su hermosa hija, pensando en mí. Y yo en sueños le voy diciendo cómo debe amasarme, cómo debe aliñarme, cómo debe rellenarme, cómo consentirme. Al otro día ella pone en práctica lo soñado y así la empanada de Lola tiene fama en su barrio y en los barrios aledaños. Y la gente la busca. Y me busca.
Doña María, la empanadera, y yo, la empanada, vivimos el uno para el otro. Ella me da vida y yo le doy para vivir. Sin ella yo no tendría vida. Sin mí, a ella se le pondría la cosa peluda. Más peluda de lo normal.
Debo decir que Lola es sólo un ejemplo. Son muchas las señoras y muchachas que viven por mí y para mí, y yo vivo para ellas. Doña Cecilia, doña Carmen, Filomena, Mercedes y muchas otras dependen de mí para subsistir. Y no sólo es en Cúcuta, porque yo, la empanada, soy universal.
Sabrán ustedes que el desayuno preferido del Papa Francisco es la empanada con ají picante. Cuando estuvo en Villavicencio le pidió a monseñor Urbina, nacido en Arboledas pero pastor de la iglesia en el Meta, que le consiguiera unas empanadas de yuca, carne y arroz. Dicen que el presidente Uribe le mandó a Trump con el presidente Duque un envueltico de empanadas antioqueñas. En cambio Maduro dice que no le gustan los empanados ni las empanadas cucuteñas porque dizque están contaminados y contaminadas. Mejor.
De modo que, a pesar de todo, la vida ha sido injusta conmigo, con todo lo que yo le he servido a esta pobre humanidad, agobiada y doliente. Porque a mí me come el rico y el pobre, hombres y mujeres, reyes y vasallos, esclavos y libertos. Yo tengo carne y tengo papa y tengo pollo y tengo huevo.
Y los policías también me comen y se saborean conmigo y se deleitan y por las comisuras de los labios les corre mi grasa, mi sudor, mi picante.
En el colmo de la ingratitud, estos señores de verde (no todos, gracias a Dios, que hizo el cielo y la tierra y las empanadas), ahora me declararon la guerra. Persiguen al que me está comiendo en la calle porque estamos obstruyendo el espacio público. Pero uno ve motos parqueadas en los andenes, impidiendo el paso del peatón, que debe bajarse a la calle para transitar, y ve carros mal estacionados, y ve habitantes de la calle inyectándose droga en sitios públicos por donde debe atravesar la gente, y para ellos no hay sanción alguna.
De malas que es uno, como decía Tolo en Las Mercedes. Doy de comer al hambriento, alimento al desnutrido, engordo al flacuchento y aumento el colesterol del bueno, para que ahora me salgan con esta payasada.
En nombre de todas las empanadas del mundo, de las morcillas callejeras, de los chorizos de las esquinas, de las arepas rellenas de los parques y de las mazorcas asadas en las parrillas de las avenidas, elevo mi voz de enérgica protesta contra los que nos atropellan. Y si nos toca organizar un concierto, pues lo organizamos con fritanga gratis. A ver si los que hicieron el código de policía y los policías organizan el suyo. Y mientras ellos reparten bolillo, nosotras repartimos chunchulla. ¡A ver quién gana!