Conocí un mocho, en el pueblo de mi infancia, al que los muchachos de entonces le teníamos miedo. No recuerdo su nombre, pero andaba siempre arrastrando una pierna y miraba con insistencia y se detenía a mirarnos jugar en la calle y decían que tenía pacto con el diablo. Cuando el cojo se nos acercaba, alzábamos los trompos, montábamos sobre nuestros caballitos de palo y nos alejábamos de su presencia.
Pero también conocí mochos buenos. En el camino a Sardinata había un mocho que les arreglaba las botas pantaneras a los campesinos y a los arrieros les cosía las cotizas. Le faltaba una pierna, pero le sobraba habilidad para el trabajo.
El Mocho Arturo, en Sardinata, era veloz con su muleta de palo, llevando razones y chismes de un lado al otro del pueblo. El Mocho Arturo fue mi amigo, pero nunca le pregunté qué le había pasado a su inexistente pierna. Caminaba más que alma en pena, según decían las malas lenguas cuando lo veían pasar.
En la radio cucuteña hizo historia el Mocho Barreto. Perdió un brazo en algún accidente, y sin embargo, manejaba su Volkswagen con más pericia que camionero de pueblo. Su don de gentes, su estilo particular frente al micrófono y su bien hablar, lo hicieron acreedor al cariño y reconocimiento de sus escuchas.
Hay mochos de pies, mochos de manos y mochos de dedos. Pero todos aprenden a defenderse y a salir adelante. Son de admirar, por ejemplo, los mochos deportistas, que compiten y ganan medallas y se vuelven héroes. En esta época andan preparándose para los Paraolímpicos de Río, que tendrán lugar después de los Olímpicos.
Mochar, según el diccionario, significa quitarle a alguien o a algo la punta o alguna extremidad. Los asesinos salvajes del Estado Islámico les mochan la cabeza a sus prisioneros. De modo que mochar es un verbo cruel e inhumano, que va contra todas las leyes, las humanas y las divinas. No dejar completo algo o a alguien es un delito de lesa humanidad, para usar un lenguaje actual.
Digo lo que digo para referirme a otro tipo de mochadas, también graves y que causan mucho daño. Hablo de las mochadas que nos pegan a los columnistas cuando en el periódico mochan nuestras columnas, es decir, les quitan la parte final, la despedida, la enseñanza, la moraleja.
Es un delito grave porque perjudica al lector, que queda sin saber en qué paró la cosa. Perjudica al columnista porque le quitan el meollo o buena parte de lo que ha escrito. Y perjudican al periódico porque pone en entredicho su calidad.
Los mochazos suceden sobre todo cuando el escrito pasa a otra página y no pasa, remiten a otro lado y ese lado no aparece, señalan que continuará y no continúa.
Pero, ¿quién es el culpable de tales mochadas? Nadie lo sabe, nadie da razón, nadie se pellizca. El otro día se hablaba del diablillo de los linotipos, pero ahora no hay linotipos. ¿Será el duende del computador?
La semana pasada me mocharon mi columna, esta semana mocharon a Olger García y si la cosa sigue así, de a mochada por semana, la cosa se va a poner fea. ¿Oh, y ahora, quién podrá defendernos a los columnistas, de las mochadas en lo que escribimos?