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Mis primeros Reyes
No sé cómo celebrarán ahora en Las Mercedes la fiesta de los Reyes Magos. Quiera el Niño Jesús que aún la sigan festejando de igual manera.
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Lunes, 6 de Enero de 2020

Estaba por comenzar la misa de diez, la solemne, la que llenaba de fieles aquel ranchón grande, de piso de tierra, techo de palma y horcones de palo, al que llamábamos la iglesia. Los hombres a la derecha, las mujeres a la izquierda, acomodados en taburetes de cuero y de madera que cada quien llevaba, ante la falta de bancas.

Las Mercedes era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava, construidas a la orilla de una quebrada de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. (No sé si García Márquez me copió a mí, o yo le copié a García Márquez, pero los dos pueblos, Macondo y Las Mercedes, eran muy parecidos). En el centro había una plaza grande con un samán gigantesco, y “los viernes llegaban los arrieros, y era como una fiesta en todo el pueblo” (Oficio de caminante, mi primer libro de poemas).

Por el camino de los arrieros, por el que se comunicaba el pueblo con la civilización, llegaron los Reyes Magos ese día de mis años de infancia. En la iglesia hubo un murmullo que arrancó desde la puerta y fue creciendo hacia adentro, hasta llegar al altar y a la Sacristía, donde el cura esperaba: “Llegaron los Reyes, llegaron los Reyes Magos”.  

Lo primero en entrar fue una Estrella. Iba por lo alto, sostenida en una vara adornada con papeles brillantes, que llevaba un disfrazado de sota, al estilo de la baraja española. Era la estrella que guiaba a los Reyes hasta el pesebre. En ese momento el cura ya sostenía al Niño Dios en sus manos, para iniciar la adoración de los tres Reyes Magos, de los cuales sabría después de grande, que ni eran tres ni eran magos.

Detrás iban otras sotas y luego los Reyes, con sus hermosas capas, sus vestidos de seda, pantalones bombachos hasta las rodillas, medias largas y cotizas de capellada blanca. Llevaban máscaras y coronas de oro, como correspondía a su categoría real. Se sabía que en sus cofres llevaban el oro y la mirra y el incienso. Una reina, toda de blanco hasta los pies vestida, hermosa como la reina de Saba, acompañó a los Reyes por el desierto y por el camino culebrero hasta Las Mercedes.   Besaron al Niño, entregaron sus cofres y la misa comenzó, pero afuera quedó el resto de la comparsa.

Después de la misa comenzó lo bueno, el desfile por las calles. Adelante la Estrella y el combo de sotas, luego los Reyes y la reina y después el resto de disfrazados: Varias brujas, unos matrimonios de viejitos, un negro en zancos, unos toreros clavando banderillas en el aire, muchachas disfrazadas de hadas, un pescador y su atarraya llena de panches, un grupo de campesinos, músicos de cuerda y bailarinas de falda ancha y pañolón rosado. Pero había algo  espeluznante: un diablo, vestido con pedazos de cuero de res y fiques pintados de rojo, máscara infernal con cachos de diablo y orejas de cabro. Brincaba, daba gritos, golpeaba con una vejiga de toro seca e inflada, alejaba a los muchachos de la comparsa y hacía intentos por arrancar a los niños de las faldas de las mamás. 

Muchos años después yo habría de recordar aquella mañana de Reyes cuando el diablo pretendía llevarme por la fuerza quién sabe a dónde. Afortunadamente las oraciones de mi mamá y sus gritos y sus risas (que yo no entendía) me salvaron de haberme ido a la Paila Gocha. De haber sucedido así, tal vez no estuviera yo aquí contándoles lo que me sucedió ese 6 de enero en mi pueblo.

Por la noche, cansados y con unos aguardientes encima, los disfrazados se quitaron las máscaras  y formaron la fiesta en el atrio de la casa cural. Allí supimos que los tales reyes magos eran don Jesús Sánchez, el sastre; don José María Ramos, un carnicero, y Santos Niño, ayudante de arriería. La reina era el carpintero   Israel Pérez  y la sota de la estrella era Eustaquio Restrepo. El de los zancos era un tartajo al que llamaban Chapuerca y el diablo, el temible Lucifer, era ¡quién iba a creerlo!, un amigo de la familia, Ruperto Botello (que más tarde fue alto ejecutivo de la cerveza Polar, en Venezuela).

No sé cómo celebrarán ahora en Las Mercedes la fiesta de los Reyes Magos. Quiera el Niño Jesús que aún la sigan festejando de igual manera, aunque la iglesia ya no sea un ranchón de paja sino uno de los más bellos templos del departamento, y aunque los Reyes ya no lleguen a pata y en cotiza por el camino de herradura, sino en camión o en bus, o lo más probable cada uno en su moto. Creo que todos o casi todos aquellos disfrazados están hoy muertos. Dios los tenga en su santa gloria porque le llevaron alegría y jolgorio a un pueblo que se moría de tristeza. Y ojalá que ayer, día de Reyes, hayan organizado su comparsa en el cielo, para alegrarles los rezos a los santos y a las once mil vírgenes. ¡Incluido aquel diablo amigo, que casi me mata del susto!

gusgomar@hotmail.com

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