Sucedía en los campos y en las veredas y en los pueblos pequeños. Cuando algún niño nacía, los familiares, vecinos y allegados iban hasta la casa de los nuevos papás para felicitarlos y desearle al recién nacido buena y larga vida. El papá sacaba entonces una botella de aguardiente, generalmente rastrojero, o ron o guarapo y todos brindaban y las felicitaciones seguían y aparecía otra botella y llegaba la música y se formaba la fiesta. Decían que se trataba de beberse los meaditos del recién nacido, lo cual era de buena suerte para todos.
Digo que sucedía en los pueblos y campos, porque en las ciudades, por los agites de la vida diaria y por los adelantos de la tecnología y del progreso y por el egoísmo que se vive en las urbes, no se practica este tipo de costumbres. En las ciudades cada quien vive su vida sin importarle la de los demás.
Y digo también que sucedía, porque eran tiempos en que se podía andar de día o de noche por las calles y caminos y trochas sin que hubiera ningún peligro.
Tomarse los meaditos, entonces, era fortalecer los lazos de familiaridad y de amistad. Era participar a los demás las cosas buenas que sucedían en las familias. Era compartir las buenas nuevas.
La costumbre no es nueva. Cuando nació Jesús, en un portal de Belén, hasta allá llegaron los pastores cargados de alegría y de leche de oveja y de requesón, para ofrecerle al Niño Dios sus bocaditos, y de paso, beberse los meaditos del recién nacido. Luego bajaron los ángeles con sus coros y sus timbales y sus requintos carrangueros y se formó la guachafita en pleno pesebre.
Entre los escritores existe la misma costumbre cuando algún autor hace la presentación de su nuevo libro. Cada libro que se publica es un nacimiento y el hecho hay que festejarlo con música y vino y, de ser posible, algún pedazo de queso.
Publicar un libro es un parto. Doloroso muchas veces pero placentero. El gozo que produce una nueva criatura impresa sólo es comparable con la emoción que produce la llegada de un nuevo hijo, sea el primogénito o el último. Y por eso se comparte la alegría con allegados y familiares y vecinos y colegas.
El sábado pasado, en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, el escritor Orlando Cuéllar Castaño presentó un nuevo libro de cuentos, El nido de las golondrinas. Su esposa, Luz Marina, estaba allí pendiente de los detalles, del brindis, de los invitados, de todo. Y es que, lo dicen los que saben, detrás de cada gran escritor hay una gran mujer.
El acto fue muy concurrido. Escritores, familiares, amigos, compañeros de trabajo y hasta noveleros llenaron el recinto en el segundo piso de aquella casona cultural. Un video sobre la obra, las notas nostálgicas de un saxofón y las botellas de vino que circulaban espumosas, le dieron a la presentación del libro, un toque mágico y ensoñador.
Con muy buenos augurios inició su vida terrenal el nuevo libro de Orlando Cuéllar. Como buen padre prolífico, el autor nos tiene acostumbrados a ofrecernos un libro por año. Y que siga así. Que las musas (digo musas) lo sigan acompañando y que nos siga invitando a bebernos los meaditos de cada nuevo libro, porque el vino entre letras es de mayor sabrosura.