Voy a demandar a un perro que, todas las mañanas, pasa muy temprano y al frente del portón de mi casa hace sus necesidades. La cuadra tiene veintidós casas y a este mísero can, hermano de los parias, sólo le gusta la mía para dejar sus huellas intestinales. Las otras casas, los otros portones, no le sirven al animalejo.
No sé qué diga el Código de Policía, el nuevo, sobre los perros solos, los que no tienen dueño, los que se pasean por la calle como por su casa, los que hacen lo que quieren con la ciudad, igualito a muchos humanos. No sé qué digan las altas Cortes al respecto, ni si la JEP considera a estos perros, víctimas o victimarios, no lo sé, pero lo voy a demandar.
Ya mi mujer me dijo que no limpiaba más caca de perros ajenos, de modo que ahora me toca a mí. Ahora entiendo por qué algunos amigos, a las cinco de la mañana, ya están barriendo la calle, al frente de sus casas, mientras la mujer duerme y ronca, feliz de la pelota.
Ahora entiendo por qué algunos dueños de perros, los sacan a las cuatro de la mañana, por las calles aledañas, pero sin bolsa y sin pala para recoger lo que dejan regado.
Ahora entiendo por qué algunos les abren la puerta a sus mascotas, aún antes de amanecer, para que salgan a darse su vuelta y aligeren sus vientres, sin que nadie los vea.
Le daré una propina al vigilante nocturno de la cuadra para que siga al perro a ver hasta dónde llega y a cuál casa regresa, o si de verdad se trata de un animal de la calle, sin Dios y sin amo.
Hay mascotas callejeras, mascotas de jaula y mascotas caseras. Cada quien escoge su mascota según su gusto, así como cada quien escoge su mujer. En esto de las mujeres y los hombres, sucede un fenómeno muy raro. Antes del matrimonio, pareciera que el hombre estuviera escogiendo, no su compañera para toda la vida, sino su mascota. Y después de casados o de rejuntados, es él quien se convierte en mascota del ama. “Las vueltas que da la vida”, dicen.
En El Diamante, vía a Pamplona, conocí, hace ya varios años, una familia cuyas mascotas eran dos chulos. Dos cuervos. Tal cual. Los tenían enjaulados y desde lejos se les notaba la tristeza.
Un médico amigo tenía de mascota una serpiente cascabel. En una canastilla de mimbre, el reptil hacía sonar sus cascabeles de alegría cuando el galeno se le acercaba. Como quemando pólvora o dándole la bienvenida con música de percusión.
Mis mascotas casi siempre han sido un perro o un gato. Pero sus necesidades las hacen en el patio de la casa. No frente a los zaguanes vecinos. Mi primer perro, cuando yo era un niño, se llamaba ‘Príncipe’. Se metía en mi cama a dormir conmigo. Después de muerto, empezó a meterse entre mis versos.
Tuve una vez una tortuga. Mentiras. Les compré a mis hijos una tortuguita, despaciosa y juguetona, pero muy seria. Jamás la vi reírse. Creció y creció hasta que un día se enterró. Abrió un hueco en la tierra del solar y nunca más volvió a salir. Tal vez aún siga caminando hacia las profundidades de la tierra.
De los gatos dicen que son malas mascotas. Que donde les den de comer, allí se quedan. Son infieles por naturaleza. Cualquier parecido…es pura coincidencia.
Otras mascotas son desagradecidas. Aseguran que hay perros que le muerden la mano a quien les da un pedazo de pan. Con ellos hay que tener cuidado. No sé por qué, pero tienen mucho parecido con ciertas personas.
“Cría cuervos y te sacarán los ojos”, dicen los campesinos. Lo que quiere decir que con las mascotas pasa lo mismo que con los amigos: Hay que andar alerta, por aquello que reza el refranero popular: “Amigo, el ratón del queso”.