
Sardinata late al ritmo de la sangre que brota de su gente: agricultores, mineros, ganaderos y comerciantes que, pese al abandono estatal, han tejido una economía capaz de sostener gran parte del Catatumbo. Sin embargo, ese esfuerzo no ha bastado para cambiar la percepción que muchos tienen de nuestro municipio: desde afuera, Sardinata es visto como un “hueco”. Una narrativa que debemos desmontar. Hoy más que nunca, es necesario visibilizar lo que somos en realidad y hacer un llamado urgente a la inversión privada para cambiar nuestro destino.
Durante décadas, Sardinata ha sido víctima del olvido institucional. Los gobiernos locales han carecido de visión transformadora. Los alcaldes han administrado sin proyectar un verdadero desarrollo en infraestructura, educación o conectividad. Esta falta de planeación ha mantenido al municipio estancado, con vías terciarias deterioradas, escuelas rurales precarias y una juventud sin oportunidades reales de formación técnica. Aunque el Estado ha intentado atender algunas urgencias con programas temporales, nunca ha existido una voluntad política sostenida que nos conecte con el resto del país de forma digna y duradera.
Lo cierto es que Sardinata no vive del sector público. Lo sostiene el sector privado. En medio de la adversidad, nuestras fincas producen café de calidad, cacao fino y ganado que abastece el comercio local. Nuestra minería -el sector más importante- genera empleo y recursos. Este esfuerzo colectivo ha permitido que Sardinata sea uno de los municipios más importantes donde aporte alrededor del 6% del Producto Interno Bruto de Norte de Santander, lo cual es notable si consideramos el escaso apoyo estatal. Recientemente, la entrada en funcionamiento de la subestación eléctrica San Roque representó un paso importante. Pero sin mejores vías, centros de acopio y garantías de seguridad jurídica, el desarrollo seguirá siendo parcial.
Sardinata necesita inversión, pero también necesita una narrativa diferente. Los medios de comunicación han contribuido a reforzar una imagen distorsionada. Solo aparecemos en titulares cuando hay violencia o tragedia. Y sí, no podemos negar la realidad. El reciente secuestro del padre de la alcaldesa Diomara Montañez en marzo de 2025 refleja la inseguridad que aún persiste. Pero eso no define todo lo que somos. En nuestras veredas florecen iniciativas de economía solidaria, mujeres lideran cooperativas, jóvenes emprenden con café y cacao. También tenemos una riqueza natural con potencial turístico aún inexplorado.
El vacío más profundo está en la educación. La deserción escolar sigue alta, la formación técnica es prácticamente inexistente, y la juventud se ve obligada a migrar por falta de oportunidades. Sin una reforma educativa estructural, no hay futuro posible. Urge una alianza entre el gobierno local, universidades regionales, el SENA y el sector privado para formar a nuestros jóvenes en agroindustria, ecoturismo y minería responsable. No se trata solo de aprender, se trata de quedarse, de construir futuro desde aquí.Necesitamos que la institucionalidad llegue al municipio presencialmente.
Esta columna no es solo una crítica. Es una invitación a los empresarios del país y, especialmente, a los de Norte de Santander: Sardinata no es una zona de riesgo, es una tierra de oportunidades. Aquí hay todo lo necesario para emprender y generar impacto: tierra fértil, una comunidad resiliente, ubicación estratégica y voluntad de trabajar. Invertir en Sardinata no es un acto de caridad, es una apuesta con retorno social y económico. Lo que falta es decisión y voluntad política.
Reflexión: Municipios como San Vicente del Caguán y Toribío, que durante años fueron escenarios de conflicto armado, hoy demuestran que la inversión privada puede transformar realidades. En Caquetá, la producción de cacao genera miles de empleos; en Cauca, el café indígena es un ejemplo de desarrollo sostenible. Sardinata, con su riqueza agrícola y minera, tiene ese mismo potencial. No podemos seguir esperando; la inversión es urgente para romper ciclos de abandono y violencia. Si otros territorios lo lograron, aquí también es posible. Solo hace falta creer y actuar.
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