Me pregunta un contertulio qué significa la expresión “Lunes de zapatero”. Yo le respondo, con el mejor deseo de estarle diciendo la verdad, que los zapateros de antes tenían los lunes como su día sagrado, así como los protestantes tienen el sábado, los católicos tenemos el domingo y los borrachitos, el viernes.
Ese día era prohibido trabajar. El lunes era día de descanso, de jartadera y de vagancia.
Los de antes, le aclaro a mi amigo. Porque los zapateros de ahora, los pocos que aún sobreviven, ni siquiera conocen lo que era una tradición de sus antepasados.
La cosa parece que empezó en épocas de bárbaras naciones, cuando los guerreros dedicaban los lunes a prepararse para la guerra con otros pueblos.
Ese día no peleaban sino que afilaban sus lanzas y hachas y, sobre todo, cosían las botas, arreglaban las sandalias y preparaban las pieles con las que se envolvían los pies para no caminar descalzos.
De esta manera los lunes fueron institucionalizándose como días especiales, en los que no se guerreaba sino se preparaban las actividades de la semana.
Pues bien. La costumbre de guardar el lunes, atravesó fronteras, pasó los mares y llegó hasta nosotros.
Nuestros zapateros acostumbraban no abrir sus zapaterías el lunes porque ese día lo dedicaban a conseguir los materiales de la semana: pieles, hilos, cera, pegantes, leznas, cuchillos afilados.
En los almacenes y en las curtiembres se topaban con los amigos también zapateros de otros barrios y, entonces, entre compra y compra, entre copa y copa, se les iba el lunes sagrado.
Los zapateros de antes, porque los de ahora son de otra estirpe. En primer lugar, nuestro calzado, que ocupó destacado lugar en los mercados internacionales, se vino a menos por la competencia de China, de Europa y de países vecinos.
En segundo lugar, los zapateros de ahora no quieren perder ni un minuto porque la cosa está peliaguda y el cuento de lunes de zapatero se ve como un pretexto que tenían los de antes para no trabajar y tomarse sus guarapos ese día.
Los tiempos cambian. Muchas fábricas de calzado cerraron sus puertas, las máquinas se oxidaron y a los obreros les tocó salir a buscar trabajo en cualquier otra cosa, en lo que les salga, para no desfallecer de tanta bostezadera.
Decir hoy “Lunes de zapatero”, es volver al pasado, una época dorada en que se hacían muy buenos zapatos, de lujo, tipo exportación, al lado de zapatos de trabajar, de aguante, época en que sobraba dinero y tiempo para dedicarle un día a la cerveza, al sancocho, a la rumba criolla y la no criolla. Decir “Lunes de zapatero” es como decir que todo tiempo pasado fue mejor.
Pero hoy, como están las vainas, las pocas fábricas de zapatos que nos quedan no pueden darse el lujo de no trabajar los lunes, al contrario, cuando llega trabajito hay que darle al cuero hasta de noche para que el billetico llegue pronto.
Se acabaron los lunes de zapatero, le digo a mi amigo, y nos entra una nostalgia no por los tales lunes de vagancia, sino porque es indicio de que vamos de patrás y nos vamos a la tienda vecina a pegarnos un aguardiente, de tristeza, por lo que era y ya no es.
Lo bueno es que no necesitamos ser zapateros para brindar por ellos. Pero entonces aprovechamos que es un lunes y al despedirnos nos comprometemos a seguir viéndonos porque no podemos dejar que se pierda la tradición de los lunes de zapatero.
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