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Los mitos del lenguaje político
¿Serán democráticamente tolerables las afirmaciones de llamar castro-chavistas a las personas que no comulgan con la derecha radical?
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Jueves, 8 de Febrero de 2018

Es posible decir que la actual época electoral además de ruido, parafernalia de ideas, publicidad, mentiras y promesas, trae también el repertorio de estrategias, unas buenas otras malas, para contrarrestar a los candidatos que resultan con opinión favorable para la ciudadanía.

En ese sentido, causan mucha curiosidad unos términos que se vienen usando desde hace unos años y que ahora tienden a expandirse para abarcar a todo aquel que no comparta los intereses de un sector radical de la sociedad: los “Castro-chavistas”, los de “Timochenko” o los de “Farc-santos”.

Es cierto que la polarización política implica por lo general un influjo de afirmaciones, críticas y métodos de competencia entre los candidatos, pero ahora esos términos comienzan a erosionar la moralidad y buen nombre de muchos ciudadanos, funcionarios y políticos. Un ejemplo de ello sería que todos aquellos que trabajaron o apoyaron el Acuerdo de paz entre el Estado y las Farc son castro-chavistas: Fajardo, De La Calle, López, Petro, Caicedo, etc.

¿Hasta qué punto el límite democrático aguanta semejantes afirmaciones?, ¿serán democráticamente tolerables las afirmaciones injuriosas de llamar castro-chavistas a las personas que no comulgan con las mismas ideas de un grupo de derecha radical?, ¿qué es el “castro-chavismo”?, ¿podría este concepto prohibirse en una democracia como la colombiana?, ¿acaso dice nuestra Constitución que en Colombia pese a ser democrática se prohíben ciertas ideologías consideradas riesgosas como el “castro-chavismo”, el “socialismo del siglo XXI”, o la de partidos de extrema derecha o izquierda?.

Creo que los juegos del lenguaje impactan de manera importante en la convivencia y credibilidad de los ciudadanos frente a sus futuros gobernantes. ¿De qué le sirve a Colombia la estigmatización de opiniones y personas si lo único que logra es distraer la atención ciudadana de los verdaderos problemas que tiene que abordar y solucionar el Estado?.

Lo que sucede en Venezuela es cruel y gran parte de ello se debe a la poca institucionalidad de contrapeso que hubo o no hubo en el momento en que el régimen de facto de Maduro sobrepasó los límites de cualquier Derecho racional aceptado por naciones civilizadas en el contexto de una comunidad que defiende unos valores comunes como son los Derechos Humanos, la democracia, la paz y la seguridad internacional.

Rudolf Hommes en su última columna en el diario La Opinión mencionaba de manera precisa la forma como algunos delfines políticos han usado el término de “castro-chavista” para estigmatizar a sus adversarios políticos, buscando con ello aprovechar el temor y odio que produce en la gente la situación de Venezuela con Maduro para convertirlos con ese eufemismo en “enemigos” del Estado.

Mucha atención ciudadanos con este juego del lenguaje que se está dando en la política nacional de nuestro país. Creo que un fantasma recorre las calles de Colombia y no precisamente es el comunismo del que hablaba Marx en el siglo XIX sino el del lenguaje eufemístico para convertir al otro en enemigo de los “intereses superiores de la patria”.

Con este tipo de reduccionismo surgen todos los problemas posibles, no solo los políticos y sociales, sino también los que tienen que ver más cerca de la vida, como los religiosos ¿acaso el actuar del radical religioso no podría significar ¡mi juego es el único que vale!?. A la postre como decía Wittgenstein la pregunta no debe ser ¿qué son las palabras?, sino ¿cómo se usan o funcionan en este juego-contexto-concreto?

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