El nuevo Acuerdo de Paz firmado el pasado jueves en el Teatro Colón de Bogotá entre el Gobierno y las Farc, con el respaldo de diferentes sectores nacionales, consolida las negociaciones que las mismas partes llevaron a cabo en La Habana durante cuatro años. Es la culminación de un proceso cuya finalidad es ponerle fin de manera definitiva –para que no tenga repetición- a un conflicto armado extremo, que ha dejado en 50 años continuos, sufrimientos, víctimas y otras situaciones de degradación de abrumador impacto. A partir de ese acto protocolario se asumen responsabilidades concretas para poner a Colombia en un nuevo rumbo, así la oposición, con ímpetu oscurantista y reaccionario, de corte feudal, cruento y clasista, patalee y se atraviese en defensa de los que estima sus inamovibles intereses.
La paz, como derecho colectivo fundamental que es, debe construirse en forma integral. Porque no es solamente la dejación de las armas en la lucha por el poder. Es la política puesta en función de la dignidad de la persona humana, con reconocimiento de valores que le den a la vida una dinámica de plenitud, contra las estrecheces del modelo predominante.
Esa paz que se abre paso impone crear espacios en condiciones que garanticen la democracia: una sociedad libre de exclusiones, con respeto a las diferencias, sin dogmatismos de restricción a la razón. Pero, además, es la aplicación correcta de la justicia.
Y en general, no son pocos los retos que se asumen en la construcción de la paz. Hay que seguir erradicando todas las violencias: la de los que se apoderan de la tierra ajena, la de la agresión a las mujeres, la que somete a las personas a la explotación sexual, la del ultraje a los niños, la del matoneo en las aulas de clases, la aplicada para el exterminio de adversarios políticos, como se hizo con la Unión Patriótica por cuenta de paramilitares y mafiosos y con el Partido Liberal en tiempos del sectarismo godo, o la que surge de cualquier arrebato de beligerancia.
La paz debe garantizar seguridad para todos, en condiciones de libertad. Y algo más: tiene que obrar como antídoto contra todas las formas de la corrupción, ese flagelo que ha hecho metástasis en el país con la complicidad de servidores públicos, dirigentes de partido o representantes de credos religiosos o de actividades non sanctas.
Las violencias que han atrapado a Colombia, la del conflicto armado incluidos sin excepción todos sus actores, la del narcotráfico, la de los paramilitares, la de los gamonales feudales y la de la delincuencia común, han dejado graves secuelas. Hay que curarlas con cambios que hagan sentir que esta es una patria para todos y no de unos cuantos privilegiados del poder o de la fuerza.
Puntada
La muerte de Fidel Castro es un hecho relevante. Fue él uno de los más influyentes protagonistas de la historia contemporánea. Hizo la revolución en Cuba mediante las armas para introducir a ese país en un modelo político propio, contra el cual conspiraron muchos poderes, sin que pudieran vencerlo. Se esté de acuerdo o no con tal legado, no se puede negar su autenticidad y hasta legitimidad de Estado de inspiración socialista, sobre cuya vigencia solamente podrán decidir los cubanos.