Todos los médicos deseamos curar a nuestros pacientes y no quisiéramos perder a ninguno de ellos, sin embargo, la ley de la vida nos muestra que el curso natural de la misma es envejecer y morir. Pero en ocasiones existen circunstancias que se oponen a esa ley natural, resultando en enfermedades inesperadas, o muertes prematuras por accidentes y desgracias, para enfrentarnos a uno de los momentos más duros de la profesión: comunicar las malas noticias.
Como su nombre lo indica, toda “mala noticia” es una “noticia mala”, es decir, no hay manera de convertirla en buena, por mucho que se quiera suavizar. Así que, ese momento trascendental en la vida de una persona o sus familiares le acompañará por siempre, siendo expresado en las conversaciones cuando se toque el tema, “todavía recuerdo el momento en que el médico me dijo que tenía cáncer” o “cuando el Dr. me dijo que mi papá había muerto me quedé frío, si estaba bien hacía una hora”.
Malas noticias en medicina hay muchas y, al final es algo de esperar, pues cuando se trabaja con la vida y la salud a su vez se está trabajando con la enfermedad y la muerte. Pero las más difíciles son aquellas que tienen que ver con la expectativa de vida de una persona, pues comunicar un diagnóstico de hipertensión, diabetes o incluso SIDA, no parece ser tan macabro como lo era hace unas décadas, ya que, estas dolencias cuentan con un tratamiento que puede controlarlas permitiendo a la persona llevar una vida prácticamente normal. Lo que no resulta igual con enfermedades más agresivas o donde el tratamiento no resulta ser tan efectivo, como algunos tipos de cánceres o infecciones muy agudas (COVID-19) y nos enfrentamos entonces a las dudas razonables y lógicas de las personas, “¿Dr. cuánto tiempo me queda de vida?” o “¿se podrá salvar?”.
Todo médico durante su formación debe recibir por lo menos una orientación de cómo dar las malas noticias, ya que, además de ser un acto legal, es primero que todo un acto ético y humano. Definitivamente hay que ponerse en el lugar del paciente y sus familiares. No podemos dirigirnos a una pareja que ha perdido a su hijo recién nacido o a alguien cuyo padre acaba de morir, sin tener una idea sobre lo que se debe decir o hacer. Ser sincero y cercano se puede aprender de la misma forma como se aprenden las otras materias de la carrera.
Existen varios protocolos que sugieren cómo dar las malas noticias en medicina y todos resaltan la importancia de la empatía, de tomarse su tiempo, de no estar con ese bendito teléfono atendiendo otros asuntos que no competen para el momento, de brindar a la persona un espacio para transmitir el mensaje de, soy tu médico y estoy aquí contigo para aclarar cualquier duda y acompañarte en este duro momento. Los pacientes y sus familiares lo sabrán agradecer porque aun cuando no se pueda hacer más, siempre recordarán que se hizo todo lo posible, hasta el momento en que Dios tomó el control.
Nosotros discutimos en clase de psiquiatría el protocolo de Buckman y Baile, dos oncólogos que luego de haber tenido que enfrentarse tantas veces a las malas noticias proponen una estrategia de 6 pasos bien estructurados y humanizados, donde los pacientes pueden ir asimilando poco a poco la información, algo que los estudiantes pueden sumar a la enseñanza de sus mentores, quienes han desarrollado sus propias técnicas en base a la experiencia, sobre todo con aquellas especialidades más cercanas a la muerte.