Decían los abuelos, cuando lloviznaba y a la vez hacía sol, que esas eran las gracias del Señor. Estos días hemos estado presenciando las gracias del Señor Jesús, aquí en nuestra ciudad, porque, contrario a lo que sucede en otras regiones del país, aquí no llueve en serio. Sólo lloviznitas y detrás viene un palo de sol de esos soles cucuteños que nos ponen a sudar. Se oculta el sol y aparecen las lloviznas, y así juegan todo el día al gato y al ratón. Gracias a Dios, porque en otras partes las lluvias están causando estragos. En cambio en Cúcuta los paraguas nos sirven para guarecernos de la lluvia menuda y del sol picante, que se turnan en su oficio, y a veces llegan al mismo tiempo.
Yo creo que sí son gracias del Señor, porque Dios, a pesar de su aparente seriedad, es un solemne mamador de gallo. Díganlo si no, aquello de hacer la mujer de un palo de costilla del hombre. Hubiera podido hacerla de barro fino (arcilla cucuteña) como hizo al hombre, pero no. Se decidió a ponerle humor a la cosa y la hizo de un hueso. ¡Qué hueso! Claro que todo hueso tiene su sabor, pero hay que saberle meter el diente. Las gracias del Señor.
Otra genialidad humorística de Yaveh, fue esa de cambiarse el nombre para cada ocasión: Dios, Yaveh, Padre Eterno, Jesús, Mesías, Señor, Hijo del hombre, Hijo de Dios, Cristo, El Verbo, El Divino, mi Diosito, Diosito lindo, el de Arriba. (Muchos nombres distintos, pero un solo Dios verdadero, decía Astete, antes de que su librito de religión pasara al descanso eterno).
Para inventar los idiomas, Dios se vio en apuros. Sin escuelas de inglés, ni alianzas francesas, ni academias de la lengua, ni licenciados en idiomas, la cosa estaba peluda. Se le ocurrió otra mamadera de gallo, la torre de Babel, donde todos se pegaron una confundida la macha, de manera que dejaron la obra y se regaron por diversas regiones, hablando sus respectivas jeringonzas, de donde salieron los idiomas. Las gentes sufriendo con sus enredos lingüísticos, y mi Diosito muerto de la erre. Las gracias del Señor.
Algún amigo me dijo alguna vez que yo me iba a condenar porque le mamaba gallo hasta a Dios. Me asusté y me fui donde un cura de mi parroquia, un carmelita. Los busqué porque se llaman “descalzos” y viven enchancletados. Mamadores de gallo. Busqué a uno que dice al final de la misa dominical: “A ver, dónde están los nuevones, los que vienen por primera vez, para aplaudirlos y felicitarlos y cantarles canciones”. Yo me dije: Éste es el mío.
Me le acerqué después de la misa, con el rabo metido entre las piernas, y me topé con que ahora no confiesan en confesonario, sino frente a frente, como dos vecinos, como dos paisanos, con apretón de manos y sonrisa. “A ver, contame”. Los curas de antes se metían a ese armatoste, muy serios, bravos, preguntones y regañones: ¿Cuántas veces lo hizo, por qué lo hizo y no sabe que eso es pecado? y, de ñapa, la vaciada y la penitencia. Ahora es distinto.
-Padre, me acuso que yo en mis escritos le mamo gallo a todo el mundo, a los políticos, al director del periódico, a los amigos, a mi mujer…a…
-Eso no es pecado, seguiles mamando gallo.
-Pero es que también me meto con Dios…
-Mirá, hijo, Dios es amor, el amor es alegría, si vos con tus escritos hacés sonreír a la gente, estás en sintonía con Dios.
-¿De veras, padre?-Me volvió el alma al cuerpo. Sentí un fresquito, en lugar de las llamas que me amenazaban.
-Claro, hijo. Pecado que vos pusieras a la gente a pelear, o los insultaras en tus columnas o les amargaras la vida. Hacéle y seguí con tus escritos. Dios te bendiga.
-Padre, ¿y la penitencia?
-Ve, hijo, contame: vos echaste limosna hoy en la eucaristía?
-No, padre, se me quedó la billetera.
-Bueno, el próximo domingo echás doble ofrenda. Y no es mamadera de gallo.
-Padre, ¿y no me la puede cambiar por avemarías?
-Eso sí es mamadera de gallo.
Lo que yo decía al comienzo: ¡Las gracias del Señor!