La grave crisis internacional surgida de la confrontación entre el gobierno bolivariano y la oposición venezolana creó, también, un choque en varios países entre los defensores y los críticos del régimen chavista. Es lo que aquí denominamos “polarización”, que algunos consideraban un fenómeno exclusivamente autóctono.
Aunque es imposible condescender con los abusos y brutalidad que dirige el señor Maduro, todavía hay quienes tratan de justifican sus actuaciones cobijándolas bajo el engañoso modelo de Socialismo del Siglo XXI.
Como en Colombia casi todo lo miramos con la lente capciosa de las peleas domésticas, la tragedia venezolana se ha convertido en una insólita controversia para desacreditar las acciones que ha protagonizado el Presidente Duque en la búsqueda de una solución apoyada por numerosos países.
El Presidente y su Canciller han repetido hasta la saciedad que no son partidarios de una intervención militar externa en Venezuela; en las reuniones del Grupo de Lima se firmaron los documentos que ratifican esta proposición; y en los otros organismos multilaterales, el Gobierno siempre ha sido enfático en este punto, pero todavía se ponen en duda sus afirmaciones porque en una rueda de prensa en Estados Unidos no fue tan explícito, o porque algún funcionario dejó escapar unas frases ambiguas.
Como la imagen del Presidente Duque mejoró en las últimas encuestas, se ha llegado a afirmar que su interés por ayudar al pueblo venezolano sólo tiene como meta subir en las cifras de las mediciones estadísticas.
Y no faltan quienes sugieren que es muy peligroso enfrentarse a Maduro porque podría afectarse la tranquilidad colombiana, y que lo que sucede en Venezuela es problema de sus ciudadanos.
No hace falta ahondar sobre las repercusiones nefastas que han sufrido los colombianos por las decisiones del gobierno bolivariano tomadas desde el mandato de Hugo Chávez, ni la agresión que representa acoger en su territorio a los grupos armados y a los delincuentes de todo pelambre que trafican, asesinan y roban bajo el amparo de sus autoridades.
Los habitantes de frontera creemos que casi nunca los gobiernos centrales han atendido adecuadamente las necesidades, y que generalmente han sido indiferentes a las crisis que periódicamente nos afectan. Hoy vemos una realidad distinta porque las fronteras con Venezuela están en un lugar preferencial de la agenda gubernamental.
Y para los burgueses del centro del país que todavía ponen en duda la desventura que padece el pueblo venezolano, bastaría con mostrarles el doloroso éxodo que se observa por las carreteras colombianas, donde miles de familias se desplazan a pie, desarrapadas y hambrientas, para recorrer interminables kilómetros por los climas más extremos con niños de brazos o pequeños caminantes. Gracias a algunos programas internacionales y a la generosidad de los habitantes de las inmediaciones, ellas reciben algún refugio temporal, alimentos y ropas.
Los venezolanos, generalmente, no buscaron mejorar sus condiciones de vida en otros países; por el contrario, fue albergue de millones de inmigrantes que llegaron a trabajar y a hacer progresar su nueva patria. Entre ellos, no lo podemos olvidar, cuatro millones de colombianos.