Yo no sé por qué, la gente de antes duraba más. Su vida era más larga. Si le creemos a la Biblia, Matusalén vivió novecientos sesenta y siete años y medio, y algo más. Los patriarcas todos eran viejones, de barba larga y enseñanzas profundas.
Lea: ¿Cuál normalidad?
Noé ya estaba viejón cuando le tocó enfrentarse a la pendejadita del diluvio universal. Abraham no sólo era viejo sino que tenía un seno inmenso para recibir a los muertos: “Partió hacia el seno de Abraham”, decían en los velorios. De nuestro padre Adán no se sabe la edad en que falleció, porque la viuda, Eva, nuestra madre, no tuvo la precaución de escribir la fecha de su muerte en la lápida, en las afueras del paraíso.
Salomón, el sabio, no duró tanto tiempo, pero hay que entender al hombre: Tenía más de cien concubinas simultáneamente. Y no me refiero al desgaste de energías, sino a tener que aguantarse a un centenar de mujeres, todas amargándole la vida al tiempo.
Nuestros campesinos, para no ir tan lejos, viven largos años. ¿Por qué? ¿Cómo lo hacen? Mi abuelo, Cleto Ardila, del que tanto yo hablo, arriero en su juventud, murió de 104 años. En Las Mercedes hubo una época en que el sepulturero casi fallece de hambre: La gente no se moría. ¿Por qué?
Además: La sensación de descubrimiento
Dicen algunos que por la vida juiciosa y las sanas costumbres que llevaban. Se acostaban a las ocho de la noche, después de rezar el rosario, pero a las cinco de la mañana ya estaban en pie, rumbo al surco o al cafetal. La comida era sólo la que producía el campo, nada de enlatados, nada artificial, nada de gaseosa. Las bebidas más comunes eran la aguamiel y el guarapo, sabroso y fortachón. No había estrés, la vida era tranquila, cada quien vivía su propia vida, en paz con Dios, con el prójimo y con la naturaleza. Un vidonón. La pregunta es: ¿En realidad será tan sabroso vivir y vivir y seguir viviendo años y años y años?
Miren lo que les cuento: El domingo pasado Arboledas estuvo de fiesta. Repique de campanas desde el amanecer, pólvora todo el día, banda de músicos en el parque y en las calles. El motivo: La señorita Juana Viviescas Carrillo cumplía 106 años, y todo Arboledas se volcó a la celebración.
El joven académico y gestor cultural Alejando Ortega, arboledano raizal, que no pierde oportunidad para resaltar todo lo que es de su pueblo, y a quien le gusta meterse a las cocinas ajenas en busca de datos interesantes, se enteró del cumpleaños de Juana, y en seguida organizó una cruzada para que el hecho no pasara desapercibido. Tocó puertas, corazones y gavetas, y todos, alcalde, cura, juez, maestros, choferes, comerciantes, señoras y muchachones le siguieron la cuerda y le organizaron a la cumpleañera una fiesta como pocas.
También: Una oposición tóxica
La trajeron del campo, la pusieron a estrenar ropas, la llevaron a misa en triunfal procesión, le partieron torta y le celebraron sus ciento seis. Cuando en alguno de los discursos alguien le dijo doña Juana, la mujer reviró: “Señorita”.
La señorita Juana no toma, no baila, no trasnocha y no ve. De resto, todo bien. Así ha sido siempre. Habla, canta, reza, cuenta historias y dice que nunca tuvo novio porque unas monjas se la llevaron para un convento, del que regresó para cuidar a sus ancianos padres. Y se quedó en el pueblo. Dice que todavía le faltan algunos años por vivir.
Bien por Juana y bien por Arboledas, que no olvida a sus señoritas. Aunque estén viejonas.
gusgomar@hotmail.com
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: https://bit.ly/_Suscríbete_Aquí