No se habían visto en Colombia unos esfuerzos tan obsesivos por desprestigiar a un presidente de la República como está ocurriendo hoy. Que es un inexperto; que no logró las mayorías en el Congreso por no llamar al gobierno a otros partidos políticos; que no tiene un rumbo claro; que le hacen paros casi todos los días; que va a destrozar los acuerdos de paz; que sus ministros son incapaces; que está desconectado con la realidad nacional; que no ha podido tumbar a Maduro etc.
Y los logros que, a pesar de todo, consigue todos los días se ocultan o se interpretan negativamente con una intención malévola. Tal vez esto era de esperarse porque su ascenso al poder desinfló a sus malquerientes, muchos de ellos periodistas claramente parcializados, y echó por tierra los pronósticos derrotistas de quienes lo consideraron como una especie de “intruso” en la política nacional por ser demasiado joven y distante de la tradicional burguesía bogotana.
Pero todo lo que propuso como propósitos de su gobierno lo ha ido realizando, claro está, con dificultades, lo que tiene un mérito mayor. Consiguió la aprobación de la Ley de Financiamiento que fue tan criticada, pero que salió del Congreso con varios aportes importantes de sus integrantes; ha enfrentado con éxito los paros de toda especie que se han promovido con evidente intención política; la economía muestra signos de recuperación y se pronostica un crecimiento aceptable para los próximos años; el orden público arroja cifras positivas a pesar del recrudecimiento de las acciones terroristas del Eln; y, en fin, el Gobierno dejó de tener un talante pendenciero y ha tranquilizado el desempeño de las diversas instituciones del país.
El espinoso asunto de las objeciones presidenciales a la ley procedimental de la JEP se resolvió con una decisión razonable, como es someterla al examen de la Corte Constitucional, cuya providencia deberá ser acatada por el gobierno y por el Congreso.
Y lo más importante de todo es haber logrado la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo que da al gobierno del Presidente Duque un marco general para conducir su accionar con unas pautas claras de progreso para disminuir la enorme desigualdad social que ha padecido Colombia inveteradamente.
No obstante, nada de esto deja tranquilos a los críticos de oficio, y a cada solución le encuentran defectos. La Ley de Financiamiento no fue aprobada como la propuso el gobierno y los aportes del Congreso la convirtieron en un cuerpo deforme. El Plan de Desarrollo tiene muchos más artículos que el proyecto inicialmente presentado. El mejoramiento de la economía no se le debe al gobierno. Todavía hay asesinatos. El Presidente Duque viaja mucho a las regiones, y se muestra como un rescatista en todas las tragedias. Es un error que no reparta “mermelada” porque no tiene gobernabilidad. (¿Qué tal que llegara a repartirla?)
La paradoja de los críticos es que todo lo que le han endilgado se desvirtúa, no con discursos agresivos sino con un liderazgo sereno, ilustrado y eficiente que va penetrando lentamente en la opinión de los colombianos a pesar de la mala prensa que lo acompaña.
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