La historia de Cúcuta es como la de otras muchas ciudades, la historia de dos ciudades. Una formal y si acaso fiel a las normas en baja proporción y significado y otra informal y real, producto de la ausencia de planificación y voluntad política. Hoy, lo que creíamos solido y estable, se vuelve liquido y se transforma en flujos imprevisibles. Nada ni nadie esta a salvo de las catástrofes naturales o de las convulsiones geopolíticas y para nuestro caso colombiano de la rampante corrupción.
Desde los riesgos implícitos en el cambio climático agravado por la falta de planificación, pasando por los conflictos bélicos y terroristas y llegando finalmente a un Estado históricamente corrupto, nuestras sociedades contemporáneas se asientan en territorios precarios e inestables cuya única constante es el cambio. De acuerdo a la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), para el 2016 y 2017, casi dos millones de habitantes se vieron afectados por desastres naturales. El crecimiento no planificado y descontrolado, la falta de gestión ambiental y del riesgo, la limitada capacidad institucional para la aplicación de normas urbanas y códigos de construcción han multiplicado los daños a la infraestructura y medios de vida especialmente en lo que va corrido de la ultima década.
No son solo las grandes ciudades las mas expuestas a los desastres y eso lo sabemos en Colombia con Armero, Gramalote y Mocoa por mencionar apenas unos pocos casos, repercutiendo de la peor manera en los hogares mas pobres y afectando de manera drástica la sostenibilidad y desarrollo de la nación. Hay que aprender algo del mensaje que deja la naturaleza: solo para Latinoamérica, entre 1970 y 2014, se triplico la ocurrencia de fenómenos que dieron lugar a desastres ambientales (BID y CEPAL, 2017). Por lo tanto es importante incluir la gestión del riesgo en estos momentos donde se revisa el Ordenamiento Territorial de Cúcuta y tener certeza cual va a ser el modelo de ocupación de una ciudad que ya fue destruida por un terremoto y construida de manera desarticulada dando lugar a múltiples fragmentos que incrementan la brecha de desigualdad social.
Pero mas allá de los conflictos irresueltos, de la polarización en esta época electoral y más allá también de las crisis económicas y también éticas por las que atraviesan las ciudades, los ciudadanos nos hemos acercado al borde del abismo temerosos también de catastróficas inundaciones o terremotos devastadores habitando territorios de inestabilidad y riesgo. Así y todo, seguimos siendo materia física pero sobretodo espiritual que habitamos mundos materiales. Que esto sea un símbolo de esperanza para la arquitectura como profesión que basa su apuesta en la permanencia, la estética, la funcionalidad y la durabilidad de lo edificado guiado por la continuidad y la historia, donde la memoria, que antes era el soporte de cualquier conocimiento, se debilita por falta de uso, al ser tan asequible y global. Tal vez por eso en Colombia especialmente compensamos esa amnesia, esa falta de memoria con las conmemoraciones, no sabemos bien nuestra historia pero celebramos todas las efemérides del calendario.
En este punto, nos encontramos como en la novela de Charles Dickens “Historia de dos ciudades” (1858), titulo que sirve de analogía para describir nuestra realidad hoy día. En la primera ciudad se vive en paz y tranquilidad, gracias al orden impuesto y acogido; mientras que en la otra ciudad se representa la agitación y el caos y la falta de orden, en ultimas la historia da cuenta de el conflicto entre dos mundos en un tiempo de drásticos cambios sociales y económicos. Y así es nuestra ciudad, se debate entre lo formal y lo informal, entre la primavera de las esperanzas o el invierno de la desesperación. Esperamos que para nuestros territorios sea como en la novela de Dickens: el gigante al fin recupero la primavera. Que nuestros titanes eviten el invierno.
Arquitecto, Esp. Planificación Urbana y Regional, MG GESTIÓN URBANA.
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