El triunfo del No en el plebiscito del 2 de octubre sobre el Acuerdo Final e paz entre el Gobierno y las Farc fue una decisión por la vía del voto popular que no se podía desconocer. Por eso se escucharon las objeciones de la oposición y se tomaron en cuenta sus propuestas. En la renegociación se acogieron puntos esenciales con los cuales se le dio paso a las observaciones y las fórmulas para los ajustes pertinentes. El presidente Santos y los sectores que respaldan el proceso orientado a ponerle punto final al conflicto armado y a la búsqueda de la reparación de los estragos que deja, han obrado con ánimo conciliador en esta tarea. Prefieren el consenso, alrededor de temas considerados esenciales –y no son pocos los aceptados- en vez de desacuerdos que pudieron evitarse. Sin embargo, parece que eso no satisface a los uribistas recalcitrantes y a sus aliados empeñados en alargar los tiempos de la discusión en un alarde de bizantinismo con el cual buscan réditos electorales. Les importa más esa mezquindad política que la erradicación de la violencia que tantos estragos y víctimas le ha costado a la nación.
Como si el sufrimiento de los colombianos que han padecido la larga guerra de esta última etapa en el país fuera poco, los opositores a la negociación de paz en los términos que está planteada con los ajustes convenidos, prefieren aferrarse a la estrategia del camaleón. Es una forma de descalificar lo que se ha hecho y así poner las cosas en el laberinto hasta su frustración.
“¡Basta ya!” es un documento del Centro Nacional de Memoria Histórica el cual contiene una relación reveladora de lo que ha representado el conflicto armado colombiano. Es un inventario de la acumulación de la barbarie generada por la confrontación de los combatientes de los distintos bandos. Ante lo cual el escritor Pablo Montoya dijo con acento lacerante, en su discurso al recibir el Premio José Donoso: “De tal manera que yo diría que ser colombiano es, más bien, portar sobre los hombros, el peso de múltiples ignominias”. Y lo confirma con este aserto: “Pero es en los últimos treinta años de la historia colombiana que han ocurrido los exterminios más dolorosos. Exterminios que bastarían para ponernos en el pináculo de la deshonra universal”.
Toda esa hecatombe debiera suscitar en los dirigentes nacionales la voluntad de contribuir a que esta desgracia no se prolongara más y fuera erradicada para siempre, cuanto antes, sin más rodeos, sin más adiciones revanchistas y con la convicción de que mediante la paz no solamente se le hará reparación a las víctimas sino que también se impulsarán los cambios en el país para ponerlo en un rumbo de estabilidad democrática, como tiene que ser.
La pretensión obsesiva de enredar el acuerdo con las Farc hace parte de la intención retardataria de impedir que Colombia salga del laberinto de la violencia, la corrupción y los aberrantes privilegios de clase. Es la derecha oscurantista, rapaz, corrupta y violenta la que le pone trabas a las ruedas de la historia. Es una intención perversa. Hacerle el juego a esa dilación sería caer en la trampa y quedar atrapado de la peor forma.
Puntada
Condenar al exgobernador de la Guajira, Juan Francisco Gómez (´Kiko´) por los crímenes cometidos contra sus adversarios políticos es una decisión de correcta justicia. Pero ojalá que no tenga el privilegio del manejo del poder de su departamento desde la prisión.