La firma de un acuerdo de paz como fin de las negociaciones que dieron inicio en octubre de 2012 en La Habana –Cuba-, entre el gobierno actual y las Farc, requieren urgentes reflexiones respecto a los escenarios denominados de “posconflicto”, que tendrá hondas repercusiones en la ciudad, lo urbano y su territorio. A pesar de que el conflicto armado y la violencia que heredamos nació en los entornos rurales, es bien cierto que el tema de la ciudad como espacio colectivo que debe incluir a todos los seres humanos, no parece ser importante en la agenda de negociaciones.
Se habla de la firma de la paz, pero la violencia que reina en las ciudades en gran parte se debe a la construcción hegemónica de inequidades y desigualdades. Colombia, país de ciudades cuya concentración de población urbana es de más del 75% según los últimos datos del DANE (2015), supera el promedio mundial calculado en un 52,4% por UNhabitat (2015). ¿Las negociaciones acaso han considerado la articulación urbano-rural y la expansión urbana descontrolada y las migraciones masivas del campo a la ciudad por el reordenamiento que imponen los grupos armados?
El desempleo, la informalidad en las formas de acceder al suelo y a la vivienda son una de las peores formas de violencia e inequidad que un Estado puede permitir en contra de sus ciudadanos. Frente a estas problemáticas se evidencia la continuidad de políticas y la brecha entre gobernantes y gobernados se hace cada vez mas profunda debido a la rampante corrupción. De esta forma, Cúcuta, ciudad de frontera, con un alto grado de informalidad y altos índices de desempleo, que recibe una gran cantidad de desplazados diariamente y que como ya se ha pronosticado puede recibir una gran cantidad de venezolanos que buscan su futuro una vez se reabra la frontera (o caiga de una buena vez tan tirano sátrapa); plantea unos urgentes desafíos que no se pueden enfrentar de forma tradicional toda vez que no se han solucionado los déficits de vivienda, espacio público y de dotación de empleo y acceso a derechos fundamentales como la cultura y la salud.
A pesar que la arquitectura debería ser estable como construcción estética y recinto de nuestro proyecto de civilización, en su gran responsabilidad en la construcción física de la ciudad, implica planear y pensar a futuro los territorios. De esta forma, es urgente una nueva mirada a la reconfiguración de los bordes y periferias de la ciudad donde se evidencian los conflictos por la habitabilidad que exigen un nuevo ordenamiento y la construcción de escenarios para la paz. Históricamente, las ciudades han tenido transformaciones positivas a escala urbana después de periodos bélicos tales como la Guerra de los Mil Días o la integración territorial a nivel nacional en la década de 1930 bajo los gobiernos liberales. Fue en estos pocos momentos de paz cuando se produjeron importantes cambios a nivel urbano y sobretodo el trazado de nuevas rutas comerciales.
Son estas las mismas demandas de nuestra ciudad en articulación con su escala regional: un ordenamiento territorial de escala supramunicipal que incluya la solución a la concentración de la propiedad, la minería ilegal y la legal de alto impacto ambiental, la deforestación de las cuencas hidrográficas donde la interacción entre los procesos productivos y sostenibles sea sostenible así como la relación entre los entornos naturales y construidos. La construcción de la paz empieza por la construcción de ciudades incluyentes. Si el conflicto tuvo su origen en los entornos rurales, la paz hallará su realización en la ciudad y esta ya no será el territorio de la corrupción pero si el de los principios de la arquitectura y el urbanismo.
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