Crisis, baja productividad, desastre, catástrofe, apocalipsis: el aire de las ciudades nos mata. Cúcuta vive este drama en tres actos: carencia de un adecuado modelo territorial, que genera una ciudad dispersa, una movilidad basada en el vehículo particular, y ausencia de civismo y urbanidad. Pero ante todo necesitamos respirar, porque la contaminación del aire, de la política y de la sociedad cubren nuestro territorio con una rara bruma, que, si bien hace difícil respirar, no menos nubla la visión de largo alcance y las decisiones correctas del camino a seguir.
Con el cambio climático como telón de fondo, desde la arquitectura y el urbanismo, desde hace varios años se viene reclamando un cambio de técnicas, procedimientos y hábitos orientados a lograr ciudades compactas y diversas para todos los que viajamos en esta “nave espacial Tierra”, conllevando a prácticas menos depredadoras del planeta compartido y mirando al pasado experiencias ancestrales con la esperanza de que arrojen luz sobre los dilemas actuales. Y sobre esto vale hacer una rectificación: la emergencia climática no se puede abordar solo con paneles solares, molinos de viento artesanales o casas autónomas porque el verdadero desafío no es retornar al campo sino remodelar completamente la ciudad.
Los organismos internacionales y la comunidad científica, han advertido con vehemencia sobre el cambio climático global y sus impactos sobre los recursos naturales, en especial los hídricos, energéticos y alimentarios, cuyo resultado evidente es la pobreza, migraciones y conflictos, pero estos clamores son apenas “gritos en la oscuridad”, porque el poder político, económico y mediático de las grandes multinacionales y grupos económicos inclinan la balanza hacia el petróleo, a pesar de los incendios, inundaciones y sequias que afectan nuestro mundo con registros inusuales de temperaturas y ni la mayor concentración de CO2 en tres millones de años (https://spaceplace.nasa.gov/) han servido para tomar medidas para modificar el rumbo de colisión con mayores crisis climáticas.
El tránsito hacia energías renovables y más amigables, que han demostrado en algunos casos ser rentables sin traumatismos mayores, avanza a grandes pasos y si se compara con otras transiciones: del caballo al automóvil, de la vela al vapor o del teléfono fijo al celular, hace pensar que ya se están pisando las cotas máximas de consumo de petróleo (peak oil) antes de lo previsto, pero fenómenos como el deshielo actual de los casquetes polares se pronosticó para finales de este siglo, de forma que a pesar que avancemos muy rápido en la transición hacia energías renovables, esto no garantiza que se legue a tiempo para evitar la colisión. Los impuestos sobre el carbono -financiamiento verde- y las decisiones gubernamentales son imprescindibles si se quiere despejar la bruma en el horizonte y en la sociedad.
Porque la naturaleza ahora importa más que nunca y hoy todas las disciplinas se reescriben desde la perspectiva del clima, la energía o las pandemias, lo que debe servir para ser conscientes de que nuestro viaje es corto a bordo de este punto azul en el Universo, además es compartido y no tenemos más herramientas que el conocimiento producido científicamente para aplicarlo a la innovación. Nuestra especie, cuyos restos más antiguos datan de 315.000 años es relativamente joven en el tiempo geológico y nuestro principal rasgo “sapiens” no puede ser al mismo tiempo su condena para “morir de éxito” y las catástrofes o apocalipsis más que un destino inevitable han de servir de estímulo para replantear nuestra existencia.
arquitecto.jas@gmail.com
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