Generalmente no tenemos la oportunidad de interactuar con gente que piensa distinto y menos con los que son radicalmente diferentes. Esta es quizás una de las causas de la incomprensión y de la falta de comunicación que se acentúa cuando se polariza la opinión. No somos capaces de ponernos en los zapatos de otros que son muy diferentes porque no conocemos precisamente cómo procesan información para adquirir su visión del mundo.
El viernes pasado asistí a una reunión social en el que casi todos los demás asistentes se preparaban para salir a marchar con el Centro Democrático el sábado pasado. Esta situación me brindó la oportunidad de sentirme como mosco en leche, pero también me abrió los ojos sobre aspectos que desconocía e inquietudes que deseo compartir.
La primera de ellas es que los que dijeron que iban a salir a marchar no lo hacían para protestar contra la corrupción. Esto parece que ya lo habían registrado los organizadores de la marcha. Desde la semana pasada se estaban despojando de esta consigna porque la reacción de los medios y de la opinión pública ha sido que les falta autoridad moral para protestar por ese motivo.
La invitación que le hizo Popeye a la ciudadanía de salir a marchar contra la corrupción parece haber influido en eso, pero no ha disuadido a los de la línea dura.
Ellos van a marchar porque no les gusta el gobierno, entre otras cosas porque les va a poner sueldo a los exguerrilleros, les van a dar becas, y no lo van a hacer con otros ex combatientes. Esto también lo he oído en Ciudad Bolívar donde la gente se pregunta si tienen que ser guerrilleros para que les den algo.
Esto banaliza la paz y puede ser la razón por la cual tanta gente es indiferente o se opone a que se apliquen los acuerdos. No les interesan o no les gustan porque no hay nada para ellos. Esto refleja un alto grado de narcisismo en la sociedad y la incapacidad de valorar el bien común excepto en términos de lo que les corresponde individualmente. Se cosifica la justicia distributiva y se mide exclusivamente en relación con el pedazo que le toca a cada cual.
La libertad, la justicia, la armonía social, la paz no se pueden medir de esa forma y por lo tanto no valen nada. No hay lugar para la generosidad o la solidaridad con desconocidos si no es a cambio de algo. Con esos elementos no se construye una sociedad amable ni se progresa porque reina la envidia y no hay estímulos para la acción colectiva.
Tampoco inducen a soñar o a pensar en grande. Esta semana ha estado dando vueltas en la prensa internacional la noticia de que Alemania, Bolivia, Brasil y Perú han retomado un proyecto de ferrocarril para conectar el puerto de Santos en Brasil con el de Ilo en Perú.
En Colombia, los generales israelíes que asesoraron al ejército colombiano formaron posteriormente una empresa que promovió con el gobierno chino un proyecto similar, un ferrocarril que conectaría a Bogotá con Buenaventura.
Esta idea fue descalificada sin mayor análisis por los técnicos en el alto gobierno de Colombia. Quizás, si se lleva a cabo el proyecto interoceánico se recupere aquí la idea y se adquiera la capacidad que posee Panamá de emprender grandes proyectos y de llevarlos a cabo. Esto ha hecho que en ese país se ha duplicado el ingreso por habitante en 10 años.